El grabado, al menos para mí, siempre ha tenido un no sé qué que enaltecía al dibujo y lo dotaba de un aura difícilmente igualable.
Esa distancia de la huella, el paso intermedio del frío metal, la tinta que se cuela en lo más recóndito y que sólo sale bajo presión... Ese peso de los años que sin querer se adquiere, el reflejo inevitable de la imagen en espejo de trazo y gesto... No sé, el grabado tiene algo.
Me hubiese gustado trabajarlo más de lo que pude, aunque claro, nunca se sabe. No es que uno piense en ir comprando tórculos por las esquinas, pero no lo descartemos.
En cualquier caso el aguafuerte, la punta seca, la resina, el buril o el aguatinta conforman un mundo amigo nada desdeñable.
Así siempre podremos detener, una vez más y perdí la cuenta, el tiempo entre nuestras manos...