Estamos en verano ("todavía", "por fin", "y lo que queda", "por poco tiempo", poned el calificativo que queráis) y -no queda otra- es época de calor.
Cada uno busca la manera de afrontarlo conforme a sus gustos y posibilidades (desde la sombra al AC) pero yo me reconozco como hombre de mar. Me gusta el mar aunque no las aglomeraciones, pero esa es otra historia.
Me encanta el sonido, ora leve ora tremendo, del agua cuando llega y muere en la orilla. me encanta su forma y su color cambiantes, su final que se pierde en el infinito, más allá de las boyas amarillas...
Pero soy también un hombre contradictorio (o no).
Me encanta el mar y me encantan las piscinas. Ese agua controlada en una pequeña cuadrícula, ese azul cloro recogido y capturado.
Me gustan igualmente sin aglomeraciones, a ser posibles de amigos y no públicas o comunales, pero me gustan.
Si tuviera una, que no es el caso, sé que no conseguiría aburrirme de ella.
Me bañaría recién levantado, antes de comer, después de la ineludible siesta y sobre todo antes de acostarme, por la noche, a esa hora donde el mar infunde respeto y la piscina tranquiliza.
La noche y el agua unidos antes del sueño, qué bonito.
En fin.
No fue por la noche y sí una mañana radiante que estuvimos hace muy poquito compartiendo un rato junto y dentro de una piscina.
Muestro aquí las fotografías -veraniegas, qué duda cabe- de aquel feliz momento.