jueves, 31 de mayo de 2012

La películas no envejecen











Démonos cuenta ya,
dejémonos de frases hechas
y aceptemos la derrota.

miércoles, 30 de mayo de 2012

A otro perro











En estos tiempos donde abunda la nada,
qué mejor que un buen hueco.
Porque todo lo demás
son pulgas
y circo.

martes, 29 de mayo de 2012

Pájaros CIV




















Lluvias después de citas, camas deshechas, ascensores de timidez y nadas en lo verde.
Vuelos, siempre, y algún regreso.
Los pájaros puede que se atrasen, pero siempre están, aunque sea lejos.

domingo, 27 de mayo de 2012

Mañana empiezo CXXXVIII

















Menos es más, pero muy poco es una desverguenza.
Y por eso gusta.
De ir perdiendo a no tener nada, de lo mínimo a la nada.
Así es este viaje de vagancia y desamparo.
Y nada hago por evitarlo.

Antonio Mairena (7 y 7)

















Antonio Mairena nació en Mairena, he hizo un martinete de la redundancia, un 7 de septiembre de 1909.
Cuando su padre le vio el arte en la solapa lo llamó sin más Niño Rafaé.
Pronto se acostumbró Antonio a cambiar las piedras por la anea, el agua por el tinto, sudor y tripas en vez de besos.
Pronto se acostumbró Rafael a mirarse en el espejo del dolor, de la queja y de lo jondo.

Fue Faíco el primero que le puso un retablo, fue una madrugá la que lo engalanó de silencio, fueron los concursos los que abrieron las puertas de Sevilla para encontrarse de repente con un Don Manué hecho y derecho.
Y él nunca abandonó la mirada hacia dentro.
Su voz proyectaba el sufrimiento pero su oído guardaba, coleccionaba y clasificaba los cantes encontrados en las tabernas, en los portales de cal y arrugas, en la voz de esos viejos que antes llamábamos sabios.
Y como una hormiga recolectaba la historia, filtrada de admiración para proyectarla al futuro.
Suyos fueron los cantes traídos de más allá de la radio, de más allá del tiempo, de más allá del olvido.

Nunca hubo chatos suficiente para el niño de Mairena que nunca dejó de ser. 
Las pataitas bien metidas, la voz de Pastora Pavón, un silencio en mitad de la sonanta, la curva del cielo, la ciudad de Madrid, reconocer en la juventud de las de Utrera que ese arte inmortal no habría de morir nunca.

Él simplemente se fue.
Se caló hasta mitad de la frente ese sombrero de ancha ala y clavó su mirada en el público que hoy ya no estaba.
Por primera vez una soleá salió de una boca sellada. 
No hubo moscas y sí langostas, no hubo claveles y sí azahares, no hubo lágrimas y sí sudores.

Antonio Mairena se fue un 5 de septiembre de 1983, a dos días de la que iba a ser su última borrachera.

viernes, 25 de mayo de 2012

miércoles, 23 de mayo de 2012

Yo te cuido











Porque una huida a tiempo es una María Victoria.

martes, 22 de mayo de 2012

Pájaros CIII




















Unir los pájaros a la huelga, y a las consecuencias de enseñar, trae consigo un enorme campo verde lleno de posibilidades.
¡Habrá que volar con él!

Hay que enseñar

















lunes, 21 de mayo de 2012

Las Cuevas de Nerja en pleno Vietnam, o la necesidad de compartir el asombro
















Mucha gente me lo pregunta y la respuesta es siempre la misma: no.
No sé si será por carácter o por costumbre, pero la verdad es que viajar solo no es, en absoluto, un problema para mí.
Aunque hay veces...

Esta es la historia de una de esas veces.
Y no se trata tanto de sentir la soledad, de necesitar el contacto humano, de encontrarte perdido y añorar una palabra de ánimo.
No en esta ocasión.
Esta historia, divertida y absurda, habla de cuando surge la necesidad de compartir algo. 
Como cuando sales del cine y quieres comentar la película. Pues eso.

Vietnam, 2009. Bahía de Halong. Uno de los lugares más irreales que he visitado nunca.
Navegando entre los más de 3000 arrecifes, el calor, el asombro y la humedad no paran de crecer.
Hacemos una pequeña incursión en una de las islas para, nos dicen, ver unas cuevas.
Y fue entrar en la sala central que mi asombro y mi entusiasmo se dispararon por igual.
¡Aquel lugar era igual que las Cuevas de Nerja!

Ya no me bastaba con hacer unas fotografías -como esta- que lo sustentase. 
Yo lo tenía que compartir.
Pero claro, entre vietnamitas, franceses y canadienses no era fácil encontrar a alguien que conociese las cuevas de mi pueblo.
Pero entonces ocurrió.
Más o menos.
A mi espalda, una pareja joven miraba igualmente asombrada la cueva.
Y escuché, claramente, como la chica le decía a su novio: "¡Mira!", señalando una estalactita.
Y ahí lo vi.
Vi la oportunidad de compartir, de buscar complicidad, de hablar con alguien y contarles lo que estaba sintiendo.

Así que un poco atropelladamente, algo nervioso y excitado todavía, acerté a decirles algo así como: "Perdonad, pero tengo que decírselo a alguien. Yo soy de Nerja, y no sé si conocéis sus Cuevas, pero es que esta es muy parecida!"

No sé por qué, pero lo sentí con antelación. 
Sentí, como tantas otras veces, que había metido la pata.
Quizá fue la mirada de la chica, la incredulidad en el gesto del chico, pero lo que sin duda me reafirmó en esa sensación fue comprobar como ella ponía su mano en mi hombro -¡en mi hombro!- y me decía, tranquila y pausadamente: "Ahorita no más quizás deberíamos decirte que somos de México" con un acento bastante definitorio.

No me dije aquello de tierra trágame porque estaba en una cueva y podía cumplirse de verdad.
No recuerdo si les dije cuatro o cinco veces "perdón", me giré y busqué perderme entre un grupo de coreanos, pensando que había alguna posibilidad de que ellos sí hubiesen estado en Nerja y, si bien no podríamos comunicárnoslo, al menos podríamos compartirlo telepáticamente.

domingo, 20 de mayo de 2012

Mañana empiezo CXXXVII
















Un domingo extrañamente dilatado, alternando lluvia, sol y alergia para acabar en la ribera de un río que empieza a desprender aromas de azahar y noche.
Mientras, ajena como siempre a todo, la mano piensa en las bajas, en los altos, y en las noches de juerga.
No me extraña que con las uñas sucias acabe manchando las sábanas...

Adolfo Suárez (6 y 6)


















Nació Adolfo Suárez sin venir a cuento, en el seno -no se podía decir pecho- de una familia acomodada en el sofá de su salón.
De hecho no fueron a visitarlo al hospital hasta que no acabó el episodio matinal de los Chiripitifláuticos.

Este desplante creó cierto desasosiego en el joven Adolfo, que cogió una camisa blanca, un aguilucho negro y se fue a estudiar a Salamanca.
Allí afiló su nariz tomando chatos de vino.
Su mirada en forma de sonrisa seducía a los camareros de las bodegas de la calle Van Dick, esos mismos que nunca lavaron un vaso, y con esos añejos aromas a uva viajó de Ávila a Madrid para dirigir esa tele que tanto gustaba a su familia.

Su primera gran medida como director del Ente fue que el mundo dejara de ser en blanco y negro, y para ello halló en la síntesis aditiva de los colores un gran aliado, pese a que Fraga Iribarne y su síntesis sustractiva se posicionaran en contra y buscaran en el hemiciclo los votos de la Escala de Grises para revocar esa posibilidad.
Al final (y esto acabaría convirtiéndose en una técnica recurrente) la sonrisa de Adolfo, esa de 24 bit/quilates inclinó la balanza hacia el centro. 

Cuando el Rey le nombró jefe de Gobierno quiso cambiarlo todo y empezó por los nombres: A Torcuato Fernández le llamó "Mirinda", a Fraga "Braga", y a Calvo Sotelo "Claro".
Y es que era un cachondo.
Se puso a legalizar cosas, PCE incluido, pero se olvidó de la marihuana, esa que llenaba de un profundo olor los pasillos de la Moncloa. 
Se cambió de camisa tras veintitrés años y comprobó que hay más mundo que un armario.
Dormía con gomina, soñaba con vespas, acorbataba sus deseos.
Dimitió como quien juega al cinquillo y pudo ver desde su sillón de cuero como unos bigotes disparaban contra el techo de nuestras conciencias. Era febrero, no hacía frío y fue justo entonces cuando todas las clases de tango de su ministro de defensa se vieron amortizadas.

Tras aquella gallardía de pose y mesura abandonó los pantalones de campana y se diluyó en piscinas de Somosaguas, se acurrucó en las esquinas de una memoria que no encontraba, miró sin permitirnos conocer qué penaba mientras su mirada iba coqueteando con recuerdos volátiles.

El mundo era ya en color, pero los sueños, sus sueños,  seguían siendo etéreos. 

sábado, 19 de mayo de 2012

Sobre el soporte inventado



























Quería dibujar sobre papel de periódico con temperas blancas para manchar mis manos y disfrutar de la placentera sensación de rascar la pintura cuando ésta estuviese reseca en los dedos. 
Pero no tengo ni temperas ni periódico.
Aún así soy feliz al mirar el canto de la mano derecha y ver, sin más, el negro rastro del grafito.
Acaso el dibujo acabe siendo, quién me lo iba a decir, lo único verdadero.

viernes, 18 de mayo de 2012

jueves, 17 de mayo de 2012

Las definiciones de un coche a vapor LII















Hay cremalleras que se abren, muros que se cierran.
Como la vida.
Hay magos que inventan el amor para que luego se estropee solo.
Qué más decir.
Hay coches a vapor que se esconden tras multitud de capas.
Todos conocemos más de uno.

Y hay misiles que acaban convertidos en jardín de flores.
Eso no.
Eso es mentira cochina.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El perro











El perro sí perro no.
El veete tú a saber.
La manzaana que nunca como.


martes, 15 de mayo de 2012

Pájaros CII




















No llueve, pero lloverá.
Un calor, dos calores, tres calores.
El calor es un pájaro que no se me escapó, por mucho que intente darle esquinazo.
Para pasar mejor estas temperaturas lo mejor es soltar aire y volar, aunque si no puede ser igual se sueña.
Si no llueve, lloverá, por lo menos esta noche...

Las quince emes


















lunes, 14 de mayo de 2012

Viaje a Uzbekistán IV























El calor huele a viaje.
Invariablemente llega ese calor intenso que supera los cuarenta, que nos asfixia a cada paso, que nos hunde en el sofá y que derrite las calles y el asfalto.
Pero es en ese momento de bañador, de duchas, tés fríos y aire acondicionado cuando yo me acuerdo de los viajes vividos, de los viajes por vivir.

Calor fue Shanghai en toda su esencia, humedad y toallas de vapor en los restaurantes de Hanoi, amanecer con arena del Sáhara tras dormir en las azoteas de Tombuctú, caderas y son en el atardecer del malecón de La Habana.
Calor fue el Uzbekistán que ahora muestro y calor será Japón o donde quiera que me lleven los pájaros metálicos que duermen en hangares.

Uzbekistán tiene ese recordatorio a polvo, ese sabor a tierra, esa luz de mediodía y ese tono desaturado y ocre.
Uzbekistán vuela entre calores y madrasas, entre mercados y pan, entre cervezas sin sombra.

El calor huele a viaje.
Uzbekistán huele a calor y a viaje, pero los pulmones se llenan de futuro incierto, de calor incierto y de ganas de que llegue.
Hasta entonces.



viernes, 11 de mayo de 2012