jueves, 30 de abril de 2009

Viaje a Cuba II











Ahora me doy cuenta de algo que ya sabía: tengo, definitivamente, muy pocas fotos del viaje a Cuba.
Quizá la cámara, quizá el pudor, quizá quién sabe.
El caso es que no es mala excusa para volver, y no quedarse solo en La Habana. Y no es mala excusa tampoco para tirar nuevamente de la memoria y los recuerdos, y viajar una vez más con los ojos cerrados.
Y aunque sean pocas, uno las remira y termina encontrando algunas que salvar, a modo de recuerdo. 
Aquí van.

miércoles, 29 de abril de 2009

El Gato Plu (III de III)


El Gato Plu no se preocupa del lenguaje. Suyas son todas las expresiones posibles, todas las palabras en todos los idiomas. No en vano su cuerpo, que no existe, es de cristal húngaro.
Son los ojitos de tan portentoso animal los que le ayudan a comunicarse. Sus caminos son el viento y las horas de la noche. No escribe porque no tiene tiempo, no le hace falta porque sabe cómo decirle a ese niño que duerme que el día siguiente vendrá, con el desayuno preparado y los pupitres por descubrir. Sabe cómo decirle a esos ojos que descansan que las aventuras se viven de día y de noche, que las aventuras se sueñan y se viven, que se imaginan y se disfrutan, y que siempre hay alguna nueva por descubrir.

Siempre hay un bordillo para que el Gato Plu se pueda sentar. Siempre viene bien un poco de descanso, un alto en el camino de los sueños...
Mirando suavemente todas las esquinas de todas las calles, el Gato Plu descubre una ventana abierta desde la que divisa una cama con dos mantas. Sin siquiera quererlo el felino se desliza hacia el cabecero, muy cerca de una cabecita femenina de no más de nueve años.

La niña tiene húmedas las mejillas. No tiene frío, está tranquila. De repente ella ya no se encuentra tumbada en la cama. Como de improviso pasea por una calle de un pueblo que conoce pero que no es su pueblo. Son las cinco de la tarde, así, como por arte de magia, y apenas si hay gente paseando. Al doblar la esquina un viejecito intenta abrir la puerta de una tienda donde venden juguetes. En el escaparate hay muñecas, regaliz, y hasta un coche de bomberos. A aquel anciano le cuesta abrir la puerta. Le acompaña casi escondiéndose un niño rubio  de cinco años con un gesto triste...


Hay toda una historia por inventar mientras el Gato Plu planea divertido rumbo al final de la calle. Con lo que le gusta nadar, flotar y apresurarse a mezclar sus uñas con el viento, el Gato Plu no quiere vivir todas las historias.

Él observa pero deja que se deslicen, que continúen, sabe que no van a perderse porque los niños son inteligentes, y ellos sueñan e imaginan porque sí, porque es la mejor razón para hacer las cosas, así que el gato Plu es feliz planeando porque sabe que no quedará en ninguna noche de la historia de este mundo ni una sola historia huérfana y perdida. Ni una sola porque "todas las historias existen y existen todas las historias", (él no sabe si significa lo mismo, pero así lo piensa y le da igual) y porque sabe que ni en la noche ni en el día de la imaginación de un niño, sus pensamientos se podrán controlar con la mirada de un gato.

A Plu también le gusta pensar, mientras planea malamente, que no hay ninguna estrella de las que brillan en el cielo que esté iluminando "porque sí", y que todas las que de su interior sacan una luz seguro que la llevan hasta unos ojos.
Cuando las calles están mojadas, de la lluvia o de los llantos, ese gato que viene de planear toma tierra y resbala, se pega un buen golpe en pleno trasero y su pelo verde se vuelve morado y le escuece.
Al gato Plu le duele el cuerpo y busca mientras se ríe la luz de una estrella pensando -pobrecito- que ella también se reirá y le devolverá la mirada.

A mí me gustaría ser como el Gato Plu. Me gustaría ser como las gotas de lluvia. En realidad me gustaría ser como tantas y tantas cosas de este extraño planeta que me pondría a escribir y escribir y no pararía nunca, y claro, tampoco es plan.



Pero ser como el gatito de los sueños significaría ser diferente. Supondría vivir mil historias diferentes cada noche.
Supondría ser todas las cosas en una sin dejar de ser, como en aquel cuento de Borges. Ser como el Gato Plu significaría ponerte de puntillas y mirar mal, aunque sea de reojo, a las pesadillas. Significaría tener que hacerle burla a los lavabos y volar.
Volar.
Sobre todo volar.

A lo mejor me gustaría vivir en sueños solo por volar.
Por abrir las manos y suspender mi cuerpo en el aire. Por ir abriendo caminos entre el viento, nadando entre pájaros. A lo mejor ese es el sueño de los sueños. Volar. Y el Gato Pu, sinvergüenza de primera, vuela mejor que los pájaros y el viento.

Parecería que la vida del Gato Plu se acaba con el día, que se acaba cuando la noche se esfuma. Pudiese parecer que con el no muy agradable sonido de los despertadores, con su zumbido encima de las mesitas de noche, la vida de este peculiar felino se desintegrase como las esperanzas...
Pero no.
Plu, en ese instante, duerme.
Es en ese instante cuando el verde rufián descansa en su propia vida. Parece que desaparece y lo que hace es acercarse con sigilo a su lado más normalito, más como el resto del mundo. Se acerca al descanso, al deseo, a los sueños que todos guardamos como secretos de luz, al amor de una gata que se esconde entre dos muros, al anhelo de esperar visitas y dejarse querer por desconocidos, al sentimiento de ser víctima del misterio, de sus propios gatos columpiándose entre la lluvia, de sus propias pesadillas, de sus miedos...

El Gato Plu descansa y sueña, como todo hijo de vecino. Plu pierde sus pensamientos entre lo que es verdad y lo que es mentira, una frontera que no existe.

martes, 28 de abril de 2009

El Gato Plu (II de III)


Esta noche el cielo tiene un hermoso color parecido al azul cobalto. Sobre este oscuro manto emergen brillantes y luminosas estrellas más grandes que los pupitres de la escuela.
Esta noche solo un ligero viento hace mover las ramas secas de los altos árboles del parque. Solo una pareja de jóvenes pasea por la acera, mirándose a los ojos, hablando de sus cosas... Todo indica una calma infinita, un sosiego que no veas qué bueno.

El Gato Plu afila sus uñas mirándose en un espejo. Retoca su pelaje con diligencia: los de color verde oliva a un lado, los blancos grisáceos a otro. Hace muecas. El Gato Plu se pasa el tiempo haciendo muecas. No se conforma con nada. Ni con hacer burla a los profesores, ni con ganar el campeonato de futbito, ni siquiera con besar el cogote de las niñas que llevan trenza.

En un sueño, en ese su mundo, el Gato Plu no tiene límites. Es feliz, a su manera, y procura divertirse. Y es divertido, por ejemplo, no preocuparse por la altura de las montañas o por la profundidad de los océanos.

Todos, si queremos, podemos tener al Gato Plu en noches como ésta. Podemos sentir cómo juega, qué bien que se lo pasa. 
Los niños lo tienen más fácil. Ellos se tapan con dos mantas y leen tebeos. A ellos les cuentan historias y los llevan en el lomo de sus padres. Y los ves. Con los pies fresquitos y los ojos entornados, dispuestos y preparados, listos, ya, para dejarse llevar por el Gato Plu, por su cola y su vientre de tres rayas.

Los niños hacen olas que casi llegan a la luna. El Gato Plu les ayuda a subir a los árboles, a volar como si nadaran en el aire.

El Gato Plu siempre está ahí. Tan travieso y tan campante. Tan como si no hiciese nada, como si solo acompañase, con los movimientos de su cola, los sueños de los niños.


Las pesadillas son sueños raros. No son sueños buenos, pero no son culpa del Gato Plu. Él será travieso y todo lo que tú quieras, pero no es malo. Las pesadillas pueden venir por comer chucherías antes de acostarse, vienen por pelearse con los hermanos o por ver demasiada televisión. Cuando vienen las pesadillas el Gato Plu salta sobre ellas. Sus largos bigotes dibujan dos gaviotas y procura alzar sus chiquitines ojos para que la pesadilla se vaya. Hay veces que se va y otras que no. Cuando la pesadilla decide quedarse el gato fanfarrón se echa a dormir, travieso pero triste, porque no sabe qué hacer y porque en el fondo no se va a preocupar si la vida no es fácil.

Lo bueno de las pesadillas es que se olvidan enseguida, seguro a la hora del recreo.

Los demás días, los días que las personas llamamos normales, el Gato Plu sigue balanceándose por los sueños. El Gato Plu se balancea en un columpio. Sube hasta las estrellas y baja a la tierra, donde llueve.
El Gato Plu, no sé si por su nombre o por qué, se cree el dueño de la lluvia. Mueve su cola al compás del viento. El Gato Plu mueve su cola escurriendo las gotas, empapado su cuerpo de la lluvia...

El Gato Plu no está loco. Le chifla silbar. Es lo suficientemente raro como para pasar desapercibido, con lo que le gusta llamar la atención.

Vive en los sueños, esos seres que como él son un poco mágicos.
Los sueños se encogen y se alargan como el chicle. No son ni líquidos ni sólidos ni gaseosos. Son más bien como nada en particular. ¡Qué más da!, los sueños son los sueños. Como el chicle o como los macarrones, ¡son tan difíciles de situar!
Al Gato Plu lo que un sueño sea o deje de ser no le preocupa en absoluto. Él se sienta siempre a un lado de la baranda y se pone a comer pipas. Y las liquida con la rapidez de un rayo, mirándo a un mar que se hace infinito...

El Gato Plu no suele pensar mucho.
Eso en realidad no es ni bueno ni malo, pero hace de él un personaje diferente. 
Pero no quiere decir que le den igual las cosas.
Para nada.
No pensar no significa que las cosas te den igual: está claro que donde esté un buen barco pirata en un océano infestado de pirañas que se quiten los bares limpios y nuevos con azulejos azules.




Hay elecciones que se hacen porque sí. Un dedal en vez de unos alicates, una marisopla en lugar de una mariposa, por muy posada que esté en un lirio, tres caricias de cristal de colores antes que los deberes de matemáticas...y un beso antes que un apretón con las manos sudadas.

Elegir no es siempre una cuestión fácil. A veces hay dos niñas, dos libros, dos pasteles. El Gato Plu de esto se reiría, pensando en su columpio lo sencillo que resulta comerse dos pasteles, leer dos libros y dar besitos a dos niñas o a las que se tercien.
Y es que a estas alturas uno no sabe si el Gato Plu es un ser tierno, mancebo e inocente, o un travieso inconsciente que se las gasta de cuidado.

Al Gato Plu se le acerca una chica que le dice "te quiero" y él ni se inmuta. Un poco serio, eso sí, quizá se rasque la corbata y abra los ojos entre los dientes. Ni siquiera un "te quiero" de esos que se dicen bajito, con los labios pegados y la mirada fija, un "te quiero" calentito, en taza de metal y con migas de bizcocho de mantequilla. 
El Gato Plu permanece serio y si acaso acierta a colar una mano en el bolsillo, en un gesto casi inapreciable, al lado de sus caramelos de leche y azúcar.

Pero si pudiésemos ver los interiores, si pudiésemos volver las cosas del revés y hacer azules radografías de cómo nos sentimos por dentro, veríamos que cuando al Gato Plu se le acerca una chica y le dice "te quiero", este gato serio empieza a abrir la boca en sentido horizontal, y tanto la abre que la separa en dos mitades. Veríamos como su pelo verde se convierte en un intenso bermellón que irradia pimientos sin hoja.

Si una chica, con una vocecita suave una manos chiquitinas susurra (aunque sea con la mirada y sin palabras) un "te quiero" al Gato Plu, éste meterá su mano en el bolsillo y en su cuerpo, y se marcará unos bailes con el hígado y tres neuronas, mientras que en su pie, entre el dedo gordo y el siguiente, una gota de sudor liviana y cristalina imitará, torpemente, la caída de una lágrima.

Y es que el Gato Plu no teme al amor. No teme al amor porque sea algo humano, no teme al amor porque los sueños están llenos de amor y él los acaricia detrás de los olivos con dos uñas y una pausa.

El Gato Plu, cuando descifra de los labios de una chica un "te quiero" dulce y lento, siente la tristeza del que sabe que está enfrente del momento más bonito de la vida, del que sabe que todos los naufragios, todos los percances, todos los calendarios rotos, todos, habrán merecido la pena sólo por ese momento.

El Gato Plu sabe del instante y por un momento se vuelve triste.
Triste de la emoción y conmovido por dentro. Pero tendríais que verlo cuando la de la vocecita y el pelo largo da media vuelta y casi sin dejar de verle desaparece. Entonces al gato del veintiocho no lo veremos sin tres sombreros a la vez, cabalgando en una ola. No lo vamos a ver sin saltar por el barranco y caer sobre la paja y el heno, cansado, dorado, vencido.

El gato Plu sabe que el amor es lo más bonito, y como no sabe llorar hace que su piececito sude y llore, pobre felino, y no deja de esperar que esa chica se acerque más y más, a su cara y a su olor, y culmine los temblores y la incertidumbre con un beso, con lo bonito de lo bonito, con el instante en que los ojos se cierran y el tiempo se detiene.

Al Gato Plu le gustan más los besos que a un tonto un peine, más que los caramelos, más que una milonga bailada con traje rojo.
Él por un beso daría lo menos tres montañas de Australia Central y un campeonato de motos y carricoches.

lunes, 27 de abril de 2009

El Gato Plu (I de III)


Me he sentado y estoy escribiendo porque quiero hablaros de un animalito. Un animalito muy especial, un poco extraño y casi mágico. No es una adivinanza, o puede que sí, pero todos lo conocemos sin haberlo visto nunca. Todos, alguna vez, seguro que lo hemos sentido, seguro que lo recordamos sin saberlo.

Este animalito, que ni es chico ni es grande, es un gato. Es un gato aunque haya sido y siga siendo mil y dos cosas diferentes.
Sé que ha sido un barco, que muchas veces ha sido una nube, que ha sido una puerta de caoba y también una palmera. Y sé que más de una noche se ha paseado, vestido de astronauta, entre Venus y Mercurio.

Pero no son disfraces. Mentiría ahora si escribiese que son disfraces. Son, acaso, maneras de ir por la vida. Son, si queréis, formas de ser que le dan a uno.

Y sigue siendo un gato. Ni grande ni chico y maravilloso. Un gato con nombre de gota de lluvia, si es que las gotas de lluvia tienen nombre. Este gato es el Gato Plu. El Gato Plu, un poco extraño y casi mágico.


El Gato Plu engaña. Nos es culpa suya, es cierto, pero engaña. No es ni mediano ni grande ni pequeño pero parece enorme. Parece más grande que el fondo del mar multiplicado por veinte. La primera vez que lo ves parece de un color blanco grisáceo, pero después cuando piensas en él, siempre lo recuerdas verde.
Vamos, que te puedes formar un lío morrocotudo entre lo que es y lo que parece ser, porque ahora bien que lo podrías recordar verde oscuro y verde oliva, su pelo largo, suave y enorme.

El Gato Plu juega con nosotros, con nuestra imaginación y nuestra manera de recordarlo, y ahora resulta que sus ojos son muy chiquititos. 
Al Gato Plu no se le pueden echar fotografías y él se aprovecha, con sus ojitos marrones que nunca te miran de frente pero que siempre están ahí, acompañando a o que parece su enorme cuerpo.

Es curioso pero sus pupilas dan la impresión de ser como dos estrellas perdidas que te llegan y te iluminan como dos soles, y te tienes que reír, claro, de sus ojos tan chiquitines.

Pero a pesar de este barullo de "váyase usted a saber", hay cosas seguras: De primeras que lo ves, una vez que al cerrar los ojos lo has sentido, ya sabes que daño seguro que no te hace. De primeras que le echas una especie de mirada ya eres consciente de su enorme -esta vez sí- bondad.

Y es que lo miras y te penetra una placidez muy rica, mezcla de sol y de cometas celestes. Puede que al verlo también sientas un gusto muy dulce, como a almíbar, pero de eso tendrá más la culpa la cena, y posiblemente tu madre.



El Gato Plu vive feliz, a su manera.

Este gato, juguetón con sus bigotes de lápiz blando, mira y requetemira el sitio donde vive. Un sitio lejano y extraño, un lugar pequeño e infinito.

Y es que el Gato Plu no vive donde los otros gatos. no lo encontraríamos en las casas de la gente, entre cojines o tazas de leche. Tampoco lo vamos a ver correteando por las calles buscando sobras en los cubos de basura. No lo veremos ni en el campo ni en la ciudad, ni siquiera en los árboles o en las madrigueras de los conejos.
Pues no.
Además, ya sabéis, en las madrigueras de los conejos sólo viven los conejos.

Tampoco lo veremos, no lo quiera nadie, en las tiendas de peluche, en los escaparates brillantes junto a tigres naranja y a patos con el pico de plástico. Y no está, y él bien que lo siente, en tu cama, dejándose acurrucar por tus manos al lado de tu cocodrilo de fieltro.

El Gato Plu vive en un sitio distinto. En un espacio donde con sólo menearse un poco su cola podría ser un dragón. Vive en ese lugar donde habitan todos los que como él nunca existieron.

El Gato Plu vive en los sueños.

Vive en los sueños como si tal cosa. Como si no fuese lo más fascinante del mundo. Él vive en los sueños y le da igual, para qué le va a importar si es lo más normal del mundo...piensa mientras juega y maúlla entre las flores, mientras baila tangos y usa corbata.

El Gato Plu vive y viaja por los sueños de los niños, por los sueños de toda la gente que se sienta capaz de dejarse llevar, de conmoverse. 
No para quieto ni un instante, de aquí para allá en la cabecita de las personas. Este minino lo hace como si tal cosa, este gato lo hace todo como si nada, pero lo mejor es que le gusta. No hay nada como vivir haciendo lo que realmente te gusta.

Y no hay manera de pararlo quieto. Ni mirándolo serio. No hay manera de tenerlo tranquilo y calladito.

Lo ves correr con fuerza, cantar y desafinar con gracia al lado de un grupo de patos blancos. Lo ves cómo se deja llevar por el viento y las olas, cómo visita a niñas enfermas que se llaman Ana y cómo le proporciona pataditas a las latas de atún que se encuentra por la calle.

Siempre entre los sueños...

domingo, 26 de abril de 2009

Mañana empiezo XII





Bordeando los límites de este domingo (una cosa es lo que diga el reloj, pero todos sabemos que el día no termina hasta que uno se acuesta) enseño aquí otra entrega de "Mañana empiezo" pensando en la cantidad de cosas, de verdad, que tengo que hacer mañana...

Con poca vergüenza y pensando en las mudanzas de los amigos, en las mías postergadas, me despido en esta noche.
Hasta la próxima...

Moby Dick (Cine Linamar)


Si hay lugares que están por encima de las películas, si hay cines que sobrepasan las obras proyectadas -al menos en la memoria individual de cada uno- y yo sí creo que los hay, para mí ese lugar, ese sitio, ese referente sería sin duda el Cine Linamar.
Imagino que que no sólo para mí, sino para muchos de los que hemos vivido nuestra infancia en Nerja, antes de mediados de los ochenta, cuando fue cerrado.

Es cierto que bajo esta etiqueta suelo hablar de las películas y los lugares, paradigmas para mí del tiempo detenido y de las vivencias concretas de una proyección determinada, pero es que en el caso del Cine Linamar es hablar de otra cosa.
Es hablar del descubrimiento del CINE, así, con mayúsculas, es hablar de las primeras matinales de los domingos, es hablar de los primeros trailers de películas que todavía no has visto, es hacer referencia al tiempo en que tus padres te daban el dinero justo para la entrada y las  palomitas (qué sé yo, veinticinco pesetas, un poner) y te sentías casi el rey del mundo...
Hablar del Cine Linamar es hablar de sentir miedo y asombro por primera vez en una sala a oscuras. Es cerrar los ojos y recordar el tacto de las butacas azules, de la moqueta en el suelo, del sonido de la proyección, de la pantalla inmensa, del bullicio de la gente, del humo en la sala...
Son demasiadas cosas en un cine. Hay demasiadas cosas en ese cine.
Es la infancia atrapada en una habitación.
Y sabes que ahí sigue, tu infancia, y que basta cerrar los ojos para recuperarla.
Mi memoria nunca ha sido demasiado espabilada. Recuerdo más sensaciones que fechas, más olores que nombres. Pero recuerdo muchos momentos y muchas películas, muchas sensaciones impagables que sé que es imposible que puedan volver a reproducirse, a no ser con la imaginación y el recuerdo.
Hay que resignarse.
Hay veces, las más cercanas, en que viendo una película (imaginaos, "El Gigante de Hierro") pienso, durante la propia proyección: ¡si yo hubiese visto esto en el Cine Linamar! Y casi casi me vuelvo un niño (más) pequeño.
Debe ser la nostalgia.
Mucho de eso hay bajo esta etiqueta, y hoy más, qué duda cabe.

El otro día en un almuerzo con amigos intentaba recordar cual fue la última película que vi en aquel cine. Yo creo que en mi caso fue Amadeus, allá por el 85.
Pero ya eran otros tiempos.
Atrás habían quedado los domingos, y las ganas de levantarse temprano para vivir aventuras en una sala a oscuras.
Pero siguen estando ahí y hoy, domingo precisamente, han vuelto a mi memoria.
Gracias, Cine Linamar.


No sé por qué elijo de entre todas a Moby Dick. Quizá porque resume perfectamente muchos de los impactos vividos en aquel cine.
No me pidáis que os diga el año. Mitad de los setenta, seguro. Yo no tendría más de diez años, y claro, qué se puede esperar de un niño.
Sí que he vuelto a ver la película en más de una ocasión, sí que leí con posterioridad el maravilloso libro de Melville, pero nada podrá, nunca, superar aquella inmersión en la historia, esa sensación tan vívida, como la experimentada en la primera proyección.
Pura aventura.
No había chicas, no, pero te encontrabas con el riesgo, la venganza, la amistad, la muerte, el miedo, el honor, el futuro incierto, la batalla y tantas y tantas cosas.
Es un recuerdo impagable.
Y qué personajes: Ismael, Ahab, Queequeg (mi preferido, sin duda), o la propia ballena.
Como puede una película atrapar tu corazón, tu cuerpo, tu todo y no soltarte en hora y media.
John Huston dirigió esta obra maestra en 1956.
Qué sabía yo entonces del Halcón Maltés, qué sabía yo de la Reina de África, cómo podría siquiera imaginar que ese mismo director conseguiría emocionarme (casi) de la misma manera quince años después con "Dublineses".
En aquel momento yo no sabía nada. No sabía si temer más al capitán Ahab o a Moby Dick (hoy lo tengo más claro), no sabía si construir un ataud para salvarme, no sabía si podría embarcarme alguna vez rumbo a las más peligrosas aventuras, no sabía que sería precisamente el cine el que respondiese a todas esas preguntas...
Poco sabía yo en aquel entonces, y qué bien, saber poco.
Ahora vería una maqueta donde antes veía una ballena. 
Esa es la magia. 
Qué maravilla dejarse engañar.
Que viva pues la aventura.
Y que dure.

sábado, 25 de abril de 2009

La máscara del mal



Colgada en mi pared tengo una talla japonesa,
máscara de un demonio maligno, pintada de oro.
Compasivamente miro
las abultadas venas de la frente, que revelan
el esfuerzo que cuesta ser malo.

Bertolt Brecht
poemas y canciones

Siempre me gustó este texto de Brecht. Conciso, sencillo e intenso.
Y esta mañana me apetecía dibujar.
Pues eso.

viernes, 24 de abril de 2009

Viaje a India II (Rishikesh)















Rishikesh es una pequeña población india, situada al norte, no muy lejos de la frontera con Nepal.
En un lugar tranquilo, lejos de las aglomeraciones y exigencias de las grandes urbes. Aunque también haya pobreza, aunque también haya mendigos -como se podrá observar en las fotografías- el ritmo de la gente, el paso del tiempo y el transcurrir de la vida en general es mucho más relajado. Si encima vienes de visitar Delhi -quizá agobiado y apesadumbrado, quizá desbordado- qué duda cabe que la calma se agradece.
Recuerdo que en Delhi era más difícil fotografiar rostros, porque todo era torbellino y calle y olores y ruido. Los encuadres se abrían y entraban los coches, las vacas, la gente, las tiendas y el caos.
Aquí me pude detener en las miradas, los gestos y expresiones.
Recuerdo de Rishikesh el puente -flaco, largo e inestable- recuerdo los ashram, recuerdo las vacas pero sobre todo (porque todo lo enmarca, porque todo lo engloba) recuerdo el Ganges, el río sagrado. 
Recuerdo sus frías aguas, y recuerdo haberme bañado en él (¿o fue que me tiraron, eh, Bom?), y cómo me dio la vida...

jueves, 23 de abril de 2009

El devenir audaz









Aunque ahora estoy dibujando cosas un poco distintas, que ya os contaré y enseñaré cuando corresponda, regreso esta noche a los lugares comunes del jugueteo con las líneas, con el espacio y con el movimiento.
Muestra de ello son estos cuatro dibujitos de lápiz blando que preludiaron mi sueño hace algunas semanas. 
El lápiz azul, guardado de mis tiempos de animación, conserva intacto el audaz trazo del pasado en su coloreado grafito.
Y me encanta el devenir que casi sin querer provoca en mi memoria.

Blade runner o no



No sé volar.
Lo siento.
Nunca he visto nada
más allá de ningún sitio.
Ni Orión ni puertas ni Tanhaussen.
Nunca la lluvia resbaló por mi barbilla.
No sé siquiera morirme a cámara lenta,
ni sé estar desnudo
sin que mi torso se os presente vulgar
y desproporcionado.
No sé entre mis manos sostener una paloma
ni cómo hacer para que mis momentos no se pierdan
en un tiempo ya imposible.
No sé volar.
Lo siento.
No sé volar pero sé mirarte.
Nunca he visto nada más allá de tu mirada.
Tu mirada es el fin que siempre comienza.
No he visto nada pero en tus ojos lo he visto todo.
Y es que sin saber volar
a tu mirada llegué
y aquí me he quedado.

miércoles, 22 de abril de 2009

Historias de un coche de bomberos y VI







Concluye así sin más esta historia del coche de bomberos, dividida en trece entregas.
Un poco de todo le ha pasado en ésta su estancia flotando sobre el mar, y lo dejaremos descansar un tiempo acompañado del arco iris y del recuerdo de lo acontecido, de los amigos encontrados, de las aventuras vividas.
Pero la vida sigue.
Que vuelva pronto pues, o que lo pase bien, el tiempo no no lo observemos a través de nuestra mirilla...

martes, 21 de abril de 2009

El bombero cartel de no hay murciélagos



El bombero cartel de "no hay murciélagos" se posa levemente sobre las rocas húmedas y enmohecidas a la entrada de una cueva.
Sabe que allí no hay murciélagos, claro. Esa es su misión. Simplemente la de informar. Pero a nadie le gusta saber que en una cueva no hay murciélagos. Una cueva sin murciélagos no es una cueva, que se lo digan si no a Batman. 
Que no.
Que una tarta de manzana sin manzana no es una tarta de manzana, pardiez.

Al bombero cartel de no hay murciélagos (un dibujante le trazó los peldaños de una escalera, ni siquiera él sabe muy bien por qué) le gustaría vivir en las guarderías, en los hospitales o a la vera del mar. ¡Allí no hay murciélagos!, ¡allí sería útil y feliz!
Pero no. 
Lo ponen a la entrada de una cueva y no le dejan ni entrar ni animar precisamente a los posibles visitantes a que pasen, vaya chasco.
Imaginad que os mirasen  y sintieses toda la desilusión y el desencanto de quien te observa. ¿Cómo os sentiríais?
Además el bombero cartel no ha podido nunca ver una cueva por dentro. Qué frustración. ¿Por qué lo dejan precisamente ahí, a las puertas de misterio?
La cueva es Ítaca, y él no tiene patas.

Recuerda con infinita tristeza cómo una vez, allá por septiembre, cerca del anochecer, volando desde muy lejos y no se sabe de dónde, apareció un único murciélago solitario que se posó en el segundo escalón de su bombera escalera.
No más de tres minutos estuvo el vampiro contemplando plácido la caída del día.
Como vino se fue.
Levantó el vuelo y se coló en la oscuridad inmensa de la cueva custodiada. 
Nadie sabe cómo pero empezó a llover. Cosas que pasan, imagino. 
Y a nuestro desventurado pirandello, en vez de que se le corriese el rímel, fíjate tú, poco a poco, como quien no quiere la cosa, se le fue borrando, se le fue desdibujando la franja que indómita, durante tantos años, había cruzado su corazón de murciélago.

lunes, 20 de abril de 2009

Granada 1987







Se trataba de divertirse con la fotografía.
Como ahora, o un poco más si cabe, aunque probablemente de un modo más inconsciente.
Eran los años ochenta y uno estaba empezando. Los virados, los montajes, la recreación de la realidad, los juegos... 
Todo valía, todo vale.
Las descubro de un cajón escondido. Son las fotografías que hice sobre mi cuarto de entonces, y me transportan, me llevan de nuevo a una ciudad, a un tiempo, a una habitación, a unos recuerdos. También a un desorden perdido, a una búsqueda iniciada, a un comienzo -de tantas cosas- me temo que ya lejano.
En el fondo eso son las fotografías: lo más cercano, protones, que tenemos a la teletransportación.

domingo, 19 de abril de 2009

Mañana empiezo XI





Continuar con una tira cómica que habla de la pereza y de la falta de continuidad está siendo más fácil de lo que pensaba.
No digo que le quede mucho, porque uno nunca sabe, pero las historias -tan mínimas, tan sencillitas- siguen surgiendo así sin más, y es que uno no sabe realmente cómo. 
De tanto hablar de esto igual el final está más próximo, pero sigo diciendo que, como no puede ser de otra manera, disfruto mucho dejando que las historias acudan a mí.
Y yo no las hago, ya sabéis.
Hacedme caso: esta tira es un auténtico fraude y me encanta, sí, como paradigma, ay, de tantas cosas...

De bomberos VI



Los bomberos roban de todo en las estanterías cuando nadie les ve: el aire, la paciencia o cubos tan grandes como Egipto.
Nada escapa a sus traviesas y rápidas manos.

Y huyen felices 
lejos de las estanterías
llenos de aire.


sábado, 18 de abril de 2009

El caracol bombero y la navidad






Regresa el caracol bombero a esta su casa.
Utilicé la misma historia en el cortometraje "Historias cuadradas II", y seguro que también os la acabo mostrando aquí algún día.

Con esta historieta navideña en plena primavera, nuestro amigo se vuelve a enfrentar a sus tres hermanos, y se dará cuenta cómo cada uno de ellos continúa entendiendo la vida a su manera, qué desastrillo... 
En esta extraña recreación de los cronopios, los famas y las esperanzas, al final lo único que vence vuelve a ser, para variar, la poca vergüenza. 
Que continúe pues, y que nunca falte.

La otra América (Cines Princesa)



Cerca de Plaza de España, en el corazón de la ciudad de Madrid. 
Alrededor de la Calle Martín de los Heros se articula un silencioso enjambre de cines en versión original. Tienes para elegir, y a través de esta etiqueta "películas de cine" seguro que volveré a darme una vuelta por más de uno de ellos. 
Han sido muchos años y muchas películas vistas en ese triángulo, y cada vez que regreso a Madrid mis pasos acaban por arrastrarme a esas inmediaciones, a que me deje llevar, a que elija el título adecuado.
Yo soy de los que va más a ver una película en concreto que al cine en general, pero en aquel lugar es fácil abandonarse a lo segundo, empezar a pasear entre carteles y horarios y  decidirse por una en el último momento. 
Los cines Princesa fueron de los últimos en llegar a ese lugar que comento. 
Antes ya existían los Alphaville y los Renoir, y no creo que fuese mucho más tarde de su inauguración, se proyectó en los cines Princesa "La otra América", allá por el año 1996.

"La otra América" es una película pequeña que se cuela a través de tu ropa y ya no quiere salirse la muy condenada. Se prende y no se suelta. 
Dicen que es una comedia, pero te ríes, lloras y emocionas con la misma asombrosa facilidad. 
Es una historia de personajes, y los actores la sustentan con una presencia inconmensurable. Miki Manolojvic y Tom Conti se reparten el peso del devenir incierto de sus personajes con solvencia y empaque. Desprenden ternura a raudales, ganas de vivir, optimismo pese a las adversidades, dignidad y tolerancia, dolor y pérdida, amor por los iguales y esperanza frente a todo. 
En la película la nieve cae y la amistad vence.
Habla de la inmigración y de los más débiles. Escuchamos árabe, coreano o macedonio entre otros idiomas. Escuchamos el llanto de un padre, el amor de los jóvenes, las canciones de la nostalgia, la súplica de una madre.
Y el sonido de la amistad, que retumba en cada fotograma.
Todo en noventa minutos, como a mí me gusta.
Habría quizá más de un pero que ponerle a esta obra de Goran Paskaljevic (un exceso de artificialidad, demasiadas buenas intenciones...), pero yo no quiero. Son las sensaciones vividas dentro de aquella sala, aquel día, las que traen a esta película hoy aquí.

Si buceo en la memoria creo recordar que era primavera. Que fui solo, a la primera sesión. Que cuando salí todavía era de día, y que me perdí paseando por Gran Vía, entre la multitud que subía hasta Callao. Mi cabeza volaba imaginariamente, con los ojos cerrados, en un avión que podía llevarme a cualquier sitio.
Así funciona una película como esta. Se te mete dentro y no se suelta. Yo la conservo en VHS, y aunque no la hayan editado en dvd, y aunque no se encuentre por los vericuetos del ciberespacio, siempre andará conmigo, siempre me acompañará como el primer día, y siempre que quiera revivir esos noventa minutos mágicos desempolvo el magnetoscopio y le doy al play.
O cierro los ojos y sueño...

viernes, 17 de abril de 2009

Una dama y dos caballeros




El mundo está lleno, o eso nos gustaría pensar, de damas y de caballeros, aunque lleno esté también de historias de una dama y dos caballeros, no sé si me entienden.
En este caso no es así: la dama está sola y los dos caballeros se lo montan por su cuenta y riesgo, que tampoco es tan extraño, qué dolores.

Estas imágenes son los conocidos "fotogramas", fotografías hechas sin película. Aquí se realizaron colocando unas fotocopias de naipes en la ampliadora, en lugar del negativo, y jugando fundamentalmente con la composición y con la textura del toner.

Son tiempos éstos en los que se echa de menos el laboratorio, la luz roja, el olor a químicos y el despertar de la imagen latente. 
Son tiempos también de echar de menos a las damas solitarias, que vaya usted a saber dónde se encuentran...