sábado, 18 de abril de 2009

La otra América (Cines Princesa)



Cerca de Plaza de España, en el corazón de la ciudad de Madrid. 
Alrededor de la Calle Martín de los Heros se articula un silencioso enjambre de cines en versión original. Tienes para elegir, y a través de esta etiqueta "películas de cine" seguro que volveré a darme una vuelta por más de uno de ellos. 
Han sido muchos años y muchas películas vistas en ese triángulo, y cada vez que regreso a Madrid mis pasos acaban por arrastrarme a esas inmediaciones, a que me deje llevar, a que elija el título adecuado.
Yo soy de los que va más a ver una película en concreto que al cine en general, pero en aquel lugar es fácil abandonarse a lo segundo, empezar a pasear entre carteles y horarios y  decidirse por una en el último momento. 
Los cines Princesa fueron de los últimos en llegar a ese lugar que comento. 
Antes ya existían los Alphaville y los Renoir, y no creo que fuese mucho más tarde de su inauguración, se proyectó en los cines Princesa "La otra América", allá por el año 1996.

"La otra América" es una película pequeña que se cuela a través de tu ropa y ya no quiere salirse la muy condenada. Se prende y no se suelta. 
Dicen que es una comedia, pero te ríes, lloras y emocionas con la misma asombrosa facilidad. 
Es una historia de personajes, y los actores la sustentan con una presencia inconmensurable. Miki Manolojvic y Tom Conti se reparten el peso del devenir incierto de sus personajes con solvencia y empaque. Desprenden ternura a raudales, ganas de vivir, optimismo pese a las adversidades, dignidad y tolerancia, dolor y pérdida, amor por los iguales y esperanza frente a todo. 
En la película la nieve cae y la amistad vence.
Habla de la inmigración y de los más débiles. Escuchamos árabe, coreano o macedonio entre otros idiomas. Escuchamos el llanto de un padre, el amor de los jóvenes, las canciones de la nostalgia, la súplica de una madre.
Y el sonido de la amistad, que retumba en cada fotograma.
Todo en noventa minutos, como a mí me gusta.
Habría quizá más de un pero que ponerle a esta obra de Goran Paskaljevic (un exceso de artificialidad, demasiadas buenas intenciones...), pero yo no quiero. Son las sensaciones vividas dentro de aquella sala, aquel día, las que traen a esta película hoy aquí.

Si buceo en la memoria creo recordar que era primavera. Que fui solo, a la primera sesión. Que cuando salí todavía era de día, y que me perdí paseando por Gran Vía, entre la multitud que subía hasta Callao. Mi cabeza volaba imaginariamente, con los ojos cerrados, en un avión que podía llevarme a cualquier sitio.
Así funciona una película como esta. Se te mete dentro y no se suelta. Yo la conservo en VHS, y aunque no la hayan editado en dvd, y aunque no se encuentre por los vericuetos del ciberespacio, siempre andará conmigo, siempre me acompañará como el primer día, y siempre que quiera revivir esos noventa minutos mágicos desempolvo el magnetoscopio y le doy al play.
O cierro los ojos y sueño...