martes, 28 de abril de 2009

El Gato Plu (II de III)


Esta noche el cielo tiene un hermoso color parecido al azul cobalto. Sobre este oscuro manto emergen brillantes y luminosas estrellas más grandes que los pupitres de la escuela.
Esta noche solo un ligero viento hace mover las ramas secas de los altos árboles del parque. Solo una pareja de jóvenes pasea por la acera, mirándose a los ojos, hablando de sus cosas... Todo indica una calma infinita, un sosiego que no veas qué bueno.

El Gato Plu afila sus uñas mirándose en un espejo. Retoca su pelaje con diligencia: los de color verde oliva a un lado, los blancos grisáceos a otro. Hace muecas. El Gato Plu se pasa el tiempo haciendo muecas. No se conforma con nada. Ni con hacer burla a los profesores, ni con ganar el campeonato de futbito, ni siquiera con besar el cogote de las niñas que llevan trenza.

En un sueño, en ese su mundo, el Gato Plu no tiene límites. Es feliz, a su manera, y procura divertirse. Y es divertido, por ejemplo, no preocuparse por la altura de las montañas o por la profundidad de los océanos.

Todos, si queremos, podemos tener al Gato Plu en noches como ésta. Podemos sentir cómo juega, qué bien que se lo pasa. 
Los niños lo tienen más fácil. Ellos se tapan con dos mantas y leen tebeos. A ellos les cuentan historias y los llevan en el lomo de sus padres. Y los ves. Con los pies fresquitos y los ojos entornados, dispuestos y preparados, listos, ya, para dejarse llevar por el Gato Plu, por su cola y su vientre de tres rayas.

Los niños hacen olas que casi llegan a la luna. El Gato Plu les ayuda a subir a los árboles, a volar como si nadaran en el aire.

El Gato Plu siempre está ahí. Tan travieso y tan campante. Tan como si no hiciese nada, como si solo acompañase, con los movimientos de su cola, los sueños de los niños.


Las pesadillas son sueños raros. No son sueños buenos, pero no son culpa del Gato Plu. Él será travieso y todo lo que tú quieras, pero no es malo. Las pesadillas pueden venir por comer chucherías antes de acostarse, vienen por pelearse con los hermanos o por ver demasiada televisión. Cuando vienen las pesadillas el Gato Plu salta sobre ellas. Sus largos bigotes dibujan dos gaviotas y procura alzar sus chiquitines ojos para que la pesadilla se vaya. Hay veces que se va y otras que no. Cuando la pesadilla decide quedarse el gato fanfarrón se echa a dormir, travieso pero triste, porque no sabe qué hacer y porque en el fondo no se va a preocupar si la vida no es fácil.

Lo bueno de las pesadillas es que se olvidan enseguida, seguro a la hora del recreo.

Los demás días, los días que las personas llamamos normales, el Gato Plu sigue balanceándose por los sueños. El Gato Plu se balancea en un columpio. Sube hasta las estrellas y baja a la tierra, donde llueve.
El Gato Plu, no sé si por su nombre o por qué, se cree el dueño de la lluvia. Mueve su cola al compás del viento. El Gato Plu mueve su cola escurriendo las gotas, empapado su cuerpo de la lluvia...

El Gato Plu no está loco. Le chifla silbar. Es lo suficientemente raro como para pasar desapercibido, con lo que le gusta llamar la atención.

Vive en los sueños, esos seres que como él son un poco mágicos.
Los sueños se encogen y se alargan como el chicle. No son ni líquidos ni sólidos ni gaseosos. Son más bien como nada en particular. ¡Qué más da!, los sueños son los sueños. Como el chicle o como los macarrones, ¡son tan difíciles de situar!
Al Gato Plu lo que un sueño sea o deje de ser no le preocupa en absoluto. Él se sienta siempre a un lado de la baranda y se pone a comer pipas. Y las liquida con la rapidez de un rayo, mirándo a un mar que se hace infinito...

El Gato Plu no suele pensar mucho.
Eso en realidad no es ni bueno ni malo, pero hace de él un personaje diferente. 
Pero no quiere decir que le den igual las cosas.
Para nada.
No pensar no significa que las cosas te den igual: está claro que donde esté un buen barco pirata en un océano infestado de pirañas que se quiten los bares limpios y nuevos con azulejos azules.




Hay elecciones que se hacen porque sí. Un dedal en vez de unos alicates, una marisopla en lugar de una mariposa, por muy posada que esté en un lirio, tres caricias de cristal de colores antes que los deberes de matemáticas...y un beso antes que un apretón con las manos sudadas.

Elegir no es siempre una cuestión fácil. A veces hay dos niñas, dos libros, dos pasteles. El Gato Plu de esto se reiría, pensando en su columpio lo sencillo que resulta comerse dos pasteles, leer dos libros y dar besitos a dos niñas o a las que se tercien.
Y es que a estas alturas uno no sabe si el Gato Plu es un ser tierno, mancebo e inocente, o un travieso inconsciente que se las gasta de cuidado.

Al Gato Plu se le acerca una chica que le dice "te quiero" y él ni se inmuta. Un poco serio, eso sí, quizá se rasque la corbata y abra los ojos entre los dientes. Ni siquiera un "te quiero" de esos que se dicen bajito, con los labios pegados y la mirada fija, un "te quiero" calentito, en taza de metal y con migas de bizcocho de mantequilla. 
El Gato Plu permanece serio y si acaso acierta a colar una mano en el bolsillo, en un gesto casi inapreciable, al lado de sus caramelos de leche y azúcar.

Pero si pudiésemos ver los interiores, si pudiésemos volver las cosas del revés y hacer azules radografías de cómo nos sentimos por dentro, veríamos que cuando al Gato Plu se le acerca una chica y le dice "te quiero", este gato serio empieza a abrir la boca en sentido horizontal, y tanto la abre que la separa en dos mitades. Veríamos como su pelo verde se convierte en un intenso bermellón que irradia pimientos sin hoja.

Si una chica, con una vocecita suave una manos chiquitinas susurra (aunque sea con la mirada y sin palabras) un "te quiero" al Gato Plu, éste meterá su mano en el bolsillo y en su cuerpo, y se marcará unos bailes con el hígado y tres neuronas, mientras que en su pie, entre el dedo gordo y el siguiente, una gota de sudor liviana y cristalina imitará, torpemente, la caída de una lágrima.

Y es que el Gato Plu no teme al amor. No teme al amor porque sea algo humano, no teme al amor porque los sueños están llenos de amor y él los acaricia detrás de los olivos con dos uñas y una pausa.

El Gato Plu, cuando descifra de los labios de una chica un "te quiero" dulce y lento, siente la tristeza del que sabe que está enfrente del momento más bonito de la vida, del que sabe que todos los naufragios, todos los percances, todos los calendarios rotos, todos, habrán merecido la pena sólo por ese momento.

El Gato Plu sabe del instante y por un momento se vuelve triste.
Triste de la emoción y conmovido por dentro. Pero tendríais que verlo cuando la de la vocecita y el pelo largo da media vuelta y casi sin dejar de verle desaparece. Entonces al gato del veintiocho no lo veremos sin tres sombreros a la vez, cabalgando en una ola. No lo vamos a ver sin saltar por el barranco y caer sobre la paja y el heno, cansado, dorado, vencido.

El gato Plu sabe que el amor es lo más bonito, y como no sabe llorar hace que su piececito sude y llore, pobre felino, y no deja de esperar que esa chica se acerque más y más, a su cara y a su olor, y culmine los temblores y la incertidumbre con un beso, con lo bonito de lo bonito, con el instante en que los ojos se cierran y el tiempo se detiene.

Al Gato Plu le gustan más los besos que a un tonto un peine, más que los caramelos, más que una milonga bailada con traje rojo.
Él por un beso daría lo menos tres montañas de Australia Central y un campeonato de motos y carricoches.