El Gato Plu no se preocupa del lenguaje. Suyas son todas las expresiones posibles, todas las palabras en todos los idiomas. No en vano su cuerpo, que no existe, es de cristal húngaro.
Son los ojitos de tan portentoso animal los que le ayudan a comunicarse. Sus caminos son el viento y las horas de la noche. No escribe porque no tiene tiempo, no le hace falta porque sabe cómo decirle a ese niño que duerme que el día siguiente vendrá, con el desayuno preparado y los pupitres por descubrir. Sabe cómo decirle a esos ojos que descansan que las aventuras se viven de día y de noche, que las aventuras se sueñan y se viven, que se imaginan y se disfrutan, y que siempre hay alguna nueva por descubrir.
Siempre hay un bordillo para que el Gato Plu se pueda sentar. Siempre viene bien un poco de descanso, un alto en el camino de los sueños...
Mirando suavemente todas las esquinas de todas las calles, el Gato Plu descubre una ventana abierta desde la que divisa una cama con dos mantas. Sin siquiera quererlo el felino se desliza hacia el cabecero, muy cerca de una cabecita femenina de no más de nueve años.
La niña tiene húmedas las mejillas. No tiene frío, está tranquila. De repente ella ya no se encuentra tumbada en la cama. Como de improviso pasea por una calle de un pueblo que conoce pero que no es su pueblo. Son las cinco de la tarde, así, como por arte de magia, y apenas si hay gente paseando. Al doblar la esquina un viejecito intenta abrir la puerta de una tienda donde venden juguetes. En el escaparate hay muñecas, regaliz, y hasta un coche de bomberos. A aquel anciano le cuesta abrir la puerta. Le acompaña casi escondiéndose un niño rubio de cinco años con un gesto triste...
Hay toda una historia por inventar mientras el Gato Plu planea divertido rumbo al final de la calle. Con lo que le gusta nadar, flotar y apresurarse a mezclar sus uñas con el viento, el Gato Plu no quiere vivir todas las historias.
Él observa pero deja que se deslicen, que continúen, sabe que no van a perderse porque los niños son inteligentes, y ellos sueñan e imaginan porque sí, porque es la mejor razón para hacer las cosas, así que el gato Plu es feliz planeando porque sabe que no quedará en ninguna noche de la historia de este mundo ni una sola historia huérfana y perdida. Ni una sola porque "todas las historias existen y existen todas las historias", (él no sabe si significa lo mismo, pero así lo piensa y le da igual) y porque sabe que ni en la noche ni en el día de la imaginación de un niño, sus pensamientos se podrán controlar con la mirada de un gato.
A Plu también le gusta pensar, mientras planea malamente, que no hay ninguna estrella de las que brillan en el cielo que esté iluminando "porque sí", y que todas las que de su interior sacan una luz seguro que la llevan hasta unos ojos.
Cuando las calles están mojadas, de la lluvia o de los llantos, ese gato que viene de planear toma tierra y resbala, se pega un buen golpe en pleno trasero y su pelo verde se vuelve morado y le escuece.
Al gato Plu le duele el cuerpo y busca mientras se ríe la luz de una estrella pensando -pobrecito- que ella también se reirá y le devolverá la mirada.
A mí me gustaría ser como el Gato Plu. Me gustaría ser como las gotas de lluvia. En realidad me gustaría ser como tantas y tantas cosas de este extraño planeta que me pondría a escribir y escribir y no pararía nunca, y claro, tampoco es plan.
Pero ser como el gatito de los sueños significaría ser diferente. Supondría vivir mil historias diferentes cada noche.
Supondría ser todas las cosas en una sin dejar de ser, como en aquel cuento de Borges. Ser como el Gato Plu significaría ponerte de puntillas y mirar mal, aunque sea de reojo, a las pesadillas. Significaría tener que hacerle burla a los lavabos y volar.
Volar.
Sobre todo volar.
A lo mejor me gustaría vivir en sueños solo por volar.
Por abrir las manos y suspender mi cuerpo en el aire. Por ir abriendo caminos entre el viento, nadando entre pájaros. A lo mejor ese es el sueño de los sueños. Volar. Y el Gato Pu, sinvergüenza de primera, vuela mejor que los pájaros y el viento.
Parecería que la vida del Gato Plu se acaba con el día, que se acaba cuando la noche se esfuma. Pudiese parecer que con el no muy agradable sonido de los despertadores, con su zumbido encima de las mesitas de noche, la vida de este peculiar felino se desintegrase como las esperanzas...
Pero no.
Plu, en ese instante, duerme.
Es en ese instante cuando el verde rufián descansa en su propia vida. Parece que desaparece y lo que hace es acercarse con sigilo a su lado más normalito, más como el resto del mundo. Se acerca al descanso, al deseo, a los sueños que todos guardamos como secretos de luz, al amor de una gata que se esconde entre dos muros, al anhelo de esperar visitas y dejarse querer por desconocidos, al sentimiento de ser víctima del misterio, de sus propios gatos columpiándose entre la lluvia, de sus propias pesadillas, de sus miedos...
El Gato Plu descansa y sueña, como todo hijo de vecino. Plu pierde sus pensamientos entre lo que es verdad y lo que es mentira, una frontera que no existe.