Cosa de los diseñadores.
El apoyabrazos compartido pasa su tiempo bajo la lucha o bajo el amor, aunque con mucho gane la primera, qué fastidio.
Vive su vida en cines y autobuses, pero la pelea continua de codos y poder que vive sobre su lomo lo entristece y desgasta a pasos agigantados.
No imaginaba de hecho al nacer mejor sitio para crecer y tener hijos: Un cine es acogedor, íntimo, con la luz tenue de las aventuras por contar. Un autobús es intrépido, veloz y normalmente cómodo, te lleva y te trae y con él van tus esperanzas. Sitios normales y con encanto donde ser feliz.
Y no estoy hablando, claro, de AVEs o de Kineópolis, que son los menos, y que en el regusto a comodidad ofrece a cada espectador, a cada pasajero, su apoyabrazos individual para disfrute mutuo de viajero y apoyabrazos.
No.
Estoy hablando de la mayoría de los cines, de la mayoría de los autobuses, donde un único apoyabrazos y dos brazos es el primer síntoma que precede a la tragedia...
Ha vivido auténticas batallas campales sobre el lino estampado que acolcha su forma. Todas empezaban de la misma manera, con un leve roce, con un tomar posiciones como quien no quiere la cosa, para acabar en lucha de codos afilados y empujones anónimos de aquí estoy yo que llegué antes y por lo tanto este es mi espacio por mucho que te duela.
Y qué culpa tiene él. Él se ofrece a ambos desconocidos brazos con el corazón en el codo y la almohadilla caliente. Él piensa que aunque le hicieran mal y el mundo sea injusto siempre hay sitio en su longitudinal encanto para repartir los contrapesos. ¡¡Y si hasta un leve e injustificado rozamiento en la oscuridad puede acabar desencadenando tormentas!!
Otra cosa es el amor.
A veces piensa que frente a brazos ya conocidos, amigos-novios-parejas de diverso pelaje al final él casi casi que sobra.
Aunque en más de una ocasión haya sido soporte de pasiones, trampolín de equilibrios no tan silenciosos.
No puede evitar encogerse cuando piensa que entre tanto movimiento alrededor suyo un pensamiento leve cruza la mente de los encendidos bailarines: "-¡Me estoy clavando el apoyabrazos!-" Y entiende que su afilado estoque, su metálica presencia forrada de buenas intenciones es una barrera -a veces necesaria pero normalmente prescindible- para que el amor fluya, se desboque e implosione.
El apoyabrazos compartido ha sido también injustamente tratado por la tecnología. La tecnología arbitraria, la tecnología indómita, la tecnología impersonal que no sabe del corazón de trapo que se esconde sobre su plataforma de metal y tornillos.
Esa misma tecnología es capaz de articular a nuestro héroe para esconderlo.
¿Os fijáis?
¡Para esconderlo!...
¡Si no hace falta no lo pongas, si lo consideras imprescindible manténlo pese a las presiones!, pero esa doble moral...
Y así el apoyabrazos compartido esconde sus supuestas vergüenzas plegándose entre los dos asientos, dejando en las manos de los ocupantes (deberíamos decir en sus brazos) si es o no necesaria su presencia. Y el apoyabrazos llora inconsolable y las gotas que caen al suelo parecen siempre las del aire acondicionado.
Después de tanta ignominia no es de extrañar que quiera viajar a Tanzania y soñar con praderas de sabana que se extienden impertérritas a la tenue luz del ocaso. Cómo regañarle en sus bastos intentos de imaginar un slepping bus que cruce decidido la costa del mar meridional de la China.
Un tornillo suelto, la falta de tres en uno, la última película de aventuras tienen la culpa del idílico paraíso que para sí mismo inventa.
Y tampoco nos extraña que en su desazón por preferir prefiera ser asiento antes que apoyabrazos, pero en eso también le ganan la partida, y son sus primos de Albacete, los apoyabrazos de los extremos, los del pasillo libre, los que igual reciben brazos que nalgas y a él lo dejan más triste que una soleá.
No hay apoyabrazos para el apoyabrazos compartido, para su fe, para su ánimo.
Aunque si que hay noches, cuando las luces del cine se apagan y nuestro héroe queda sumido en la más absoluta oscuridad, en que un intenso calor se apodera de su alma.
Ocurre cuando el fantasma de la película recién proyectada todavía pesa denso en el aire de la sala, cuando esa historia de amor truncado se espesa en el ambiente y recoge evaporadas en forma de nube corpórea las lágrimas derramadas en las sesiones de 16:10, 18:20 y 22:30.
Ocurre cuando esa masa caliente de luz proyectada, cansada de su densidad plomiza, busca un hueco donde descansar y decide, que antes que en los asientos confortables que se extienden desgastados, ahí está ese apoyabrazos de frontera, ahí está ese reposa sueños longitudinal que, por qué no, es el mejor lugar donde dejar descansar los sueños imposibles.
Y ese es, sin duda, el brazo lánguido que más le gusta recibir...