El Painter, en sus distintas versiones, no acaba siendo tan distinto a los cuadernos Santillana que tan bien rellenaban los huecos inertes de los veranos de mi infancia.
Sirve lo mismo para un roto que para un descosido, bien es verdad, y aunque no nos vaya a sacar de pobres lo cierto es que cumple con creces su función. Y entretiene.
Claro que también están los libros, el calor, la siesta, el rebalaje, las noches eternas y la buena compañía, sin olvidar esos proyectos de cortos que surgen al auspicio de la poca vergüenza y de unas buenas risas y que ojalá se acaben haciendo.
Brindo por ello.