viernes, 7 de agosto de 2009

"Jó, qué noche" (Multicines Gracia)



Regreso a los primeros años de reencuentro con el cine en la ciudad de Granada. 

En los Multicines Gracia, en los tres o cuatro últimos años de la década de los ochenta, confluyeron muchas películas que después, por variados y diversos motivos, han acabado formando parte de eso tan etéreo denominado la historia del cine. O al menos yo así lo considero con títulos como "Blue Velvet", "Down by law" o "Stop Making sense" que todavía guarda mi retina.

En "Jó, que noche!" confluyen varias características curiosas que hacen que la recuerde con especial cariño.
De alguna manera es lo que yo llamaría el no saber: no sabía que era de Martin Scorsese (no sabía yo, lo reconozco, en aquel entonces quién era Scorsese), no había visto "Taxi Driver" ni "Toro salvaje" (aunque no muchos años más tarde en esos mismos cines tendría la oportunidad de ver "El color del dinero" o "Uno de los nuestros"). No conocía sus actores, no sabía realmente nada de la peli.
Ese bendito desconocimiento lo añoro hoy en día. 
Entrar en una película sin saber prácticamente nada de ella y que te capture y te atrape hasta decir basta es una sensación sin duda placentera (quizá sí, la última vez que me pasó fue con "Las consecuencias del amor", algún día hablaré de ella).

Poco sabía también por aquel entonces de la bendita afición hispana a traducir libremente los títulos de las películas (cuestión que se merece no un blog y sí un libro entero), así que poco podía yo saber que el título original, "After hours" tenía, a qué negarlo, mucho más encanto.

Entré a ver "Jo, qué noche!" una tarde primaveral de 1986. 
Granada estaba tan bonita como la recuerdo -como seguro que sigue ahora- y aunque el atardecer invitaba a pasear acabé cogiendo esa maldita costumbre de aislarme dentro de una sala de cine. Hacía lo que yo llamaba "la ruta de las plazas" (de Mariana Pineda a Birambla, hasta la plaza de los Lobos pasando por Trinidad). Y no muy lejos se encontraban -y siguen estando- los multicines Gracia.

Son de hecho los primeros multicines que recuerdo. 
Ahora, "gracias" a los centros comerciales han florecido como setas, no así la diversidad de su programación.  
Los Gracia no tenían un exceso de salas (unas cinco si mal no recuerdo), y entrabas directamente a un vestíbulo desde el que accedías a unas escaleras desde donde escogías sala. 
Puede que no tengan un encanto especial pero han sido demasiadas películas y demasiadas emociones ahí dentro como para poder separar ya el grano del trigo. Aquellas taquillas, aquel vestíbulo, aquellas escaleras y aquellas salas forman ineludiblemente parte de mí.

Ver "Jo, qué noche!" sin saber nada de ella es empatizar directamente con su protagonista, en esa espiral de vértigo que supone su paseo tragicómico entre personajes estrafalarios por la noche neoyorquina. 
El desasosiego, la continua desprotección frente a lo desconocido, la vulnerabilidad mezclada con la fascinación. Kafka, comedia y esperpento en las tribulaciones noctámbulas que nos atrapan en su ritmo frenético, sosegado y constante.

La lectura de un libro en una cafetería, un número de teléfono, una bar, unas llaves. Camareros, escultoras, vida, noche y arte. Para qué dormir.

La perplejidad tan bien interpretada por Griffin Dune se convierte en nuestra propia perplejidad, en nuestra fascinación, nuestra curiosidad, nuestras ganas de que la rutina y la mediocridad cambien. Y el protagonista se arrastra en esa espiral a la que nosotros nos sumamos encantados, con miedo y ganas a un tiempo.

La película acaba, la noche termina y el día comienza de nuevo. 

Salir de ver "Jo, qué noche!" es salir del cine temprano a la mañana. Aunque hayas ido a sesión de seis, de ocho o de diez. Salgas a media tarde o ya de noche tu cuerpo, tu mente y tu vida están bajando esas escaleras al despertar del día, después de una noche intensa y sin descanso, con el cuerpo magullado y esculpido de vida y papel maché

Es noche cerrada y el día acaba de comenzar...

Esa es la magia de los multicines Gracia. 
Veinte años después volví a los mismos cines para dejarme arrastrar de nuevo por vorágines y locuras en la oriental "Deseo, peligro" de Ang Lee.
Cinco, diez, quince o veinte años después sigue ocurriendo lo mismo: salir de un cine, cuando todo ha acabado, es empezar de nuevo.

Y todo comienza.