jueves, 10 de diciembre de 2009

Un lugar en el mundo (Cines Ideal)



Hay películas buenas y hay películas malas. Hay películas que te gustan y hay otras que no. 
Pero luego, independientemente de eso, está esa película que haces tuya.
Sin poder decir si es buena o mala, si es mejor o peor que otras, se cuela, te atraviesa, se mete dentro y te atrapa sin misericordia.

El flechazo es inmediato.

Lo sabes mientras la estás viendo (o lo sabes sin saberlo, pues no eres del todo consciente de estar viendo una película, una historia, pues no eres del todo consciente de ser un espectador y el cine ha desaparecido de tu mundo) y sabes que allá donde se esté colando, allá donde te esté pellizcando esa película ha llegado para quedarse.
Lo sabes.

"Un lugar en el mundo" pertenece a esa clase de películas.

Madrid lluvioso en el otoño del 92.
El camino clásico hasta llegar a los Ideal que me hace cruzar con el gentío de Sol y ese olor a navidad que casi se puede tocar.
Lunes día del espectador y la cola de la sala 8 que casi da la vuelta a la esquina de la plaza Benavente.
Un clásico.
No recuerdo la sala ni si hice mucha cola (han sido tantas que los recuerdos se confunden y se diluyen en esa puerta) pero sí que recuerdo un ambiente de mucho público y trasiego, por lo demás bastante habitual en ese cine.
Una sala cómoda, una pantalla alta y dos horas por delante.

Un arranque de lo más cinematográfico: Voz en off que parece preceder a lo que será un flahback, música envolvente que acompaña los títulos de crédito mientras la voz del narrador nos va introduciendo en la historia con las gotas justas de "esto te lo cuento, esto lo verás más tarde, y esto otro ya sabrás después por qué lo digo ahora".
Nos detenemos en una inscripción hebrea en un arco de madera (que es la puerta de la finca, que es la puerta de la historia) y es entonces cuando de verdad empieza la película.

Historia de personajes y de sentimiento, de compromiso y lucha, de rebeldía y aceptación, de los desengaños, de las ilusiones y del aprendizaje.
Mucho -desde los niños que se convierten en adolescentes hasta las imposibilidades del mundo de los adultos- en una sencilla historia de no demasiados personajes.
Mucha ideología e idealismo que traspasa las fronteras del pequeño pueblo para hablarnos de todos nosotros, de todos los pueblos, de todas las gentes.
Conflictos de amor e integridad en un paisaje tan árido como subyugante. 

Y es que precisamente es el paisaje, el lugar -como bien dice el título-, el verdadero protagonista de la película.
Es la tierra la que ancla los sentimientos de los personajes, la que los marca, los envuelve y los determina.
Para alguien como yo, que el único lugar en el mundo que reconoce -al menos de momento- son las paredes de su cuarto de dibujo (aunque varios son los lugares y varios los arraigos), decir que para alguien como yo, sin un lugar tan definido y tan defendible, resultaba pasmosamente fácil entender la querencia, el apego y la simbiosis del protagonista con su lugar.

Cómo para no entenderlo.

Los sentimientos exacerbados, las injusticias maniqueas, el tiempo que se escapa de nuestras manos... Todo confluye en un final épico e inevitable, lleno de tristeza, esperanza, amargura e incertidumbre.

Y la sala se enciende y ya no sabes qué pensar. No sabes si la película acaba o empieza. No sabes dónde estás y te sigues preguntando por esos personajes y qué es lo que habrá sido de ellos.
Sales a la calle donde la lluvia continúa su baile con la acera y la gente se cruza, se aparta, te esquiva o prosigue su camino sin saber usar muy bien esa cosa llamada paraguas.
Y tú mojándote más que andando te sigues preguntando por Mario Dominicci, al que da vida el inconmensurable Federico Luppi, y rememoras esa intensa crónica de la derrota y esa hermosísima fábula de la esperanza perdida.
Mientras eso ocurre llegas a casa y es entonces cuando te das cuenta, cuando lo sabes, ahí, justo ahí, delante de la puerta. 
Ya sabes que esa película -ahora sí- que acabas de ver, que esa película es tuya, que ya la has hecho tuya...

Y como no hay trailer que valga, en esta ocasión os dejo con el arranque, con la voz en off y con toda la vida por vivir...