Dibujar para descansar del dibujo, dibujar ahora que no dibujo...
Dibujar pues.
La inmediatez.
Una vez dije que dibujaba para que pasase el tiempo, aunque también hay veces en que yo dibujo y el tiempo no pasa.
Ni el tiempo ni nada.
Se sostiene, se mantiene, se queda flotando inerte esperando poder volver a correr en la que parecía eterna danza del segundero.
Dibujas siempre lo mismo y el reloj retrasa, y los trazos te traen aromas de pasado en el rincón de un carboncillo, de la acuarela líquida evaporada de años y de los portaminas que por arte de magia renacen de sus cenizas.
Hubo una vez en que un garabato valía más que un segundo.
Hoy no sé, porque a veces el tiempo suma, a veces resta.
Pero aún así el dibujo permanece, y eso que me llevo.
Dibujar es una de las mejores maneras que conozco de volver loco al reloj, al que miras de reojo, y que nunca sabe qué pensar.
Y yo me dejo llevar, y los tres nos balanceamos al ritmo de quien le toque.