De barcos y bosques, de bosques y barcos. De cuando yo viajaba con el formato medio...
Tiene Marruecos esos rincones de mar y árboles, de madera y hierro o de azul y verde. Tiene Marruecos esos rincones convertidos en blanco y negro para detenerse en el tiempo.
Son esos negativos que aparecen (tras la casa el cuarto, tras el cuarto el mueble, tras el mueble el cajón, tras el cajón las carpetas, y así hasta el plástico de 6 x 4,5) que aparecen tras la frontera cruzada, tras el viaje olvidado.
Me gustan especialmente (son una debilidad) esos fantasmagóricos e irreales bosques, que parecen sacados de una pesadilla de Neil Gaiman.
Me recuerdan más a un dibujo, a un grabado de locas líneas perforadas en el zinc, y con un aire antiguo de los trazos que ya no se hacen.
Esos bosques te atrapan, te envuelven y seguro que no te devuelven a la realidad así como así.
Yo me hubiese recreado con el viento tanto como hiciese falta.
El tiempo pasó y la tarde caía.
Las texturas del óxido metal de aquel barco varado en la orilla pusieron el contrapunto perfecto a la tarde nubosa.
Un viaje más, que no necesariamente es, un viaje menos.
O así lo creo.