Una de las cosas buenas (y tiene, sí, tiene bastantes) de vivir en Melilla es, sin duda, estar tan cerca de Marruecos. Quizá los únicos momentos en que me he podido arrepentir de no saber conducir vengan de ahí.
He viajado y seguiré viajando por Marruecos. Quizá no tenga demasiadas fotografías de aquellos viajes, un poco por ser todavía más dibujante que fotógrafo, un poco por conocer que a sus gentes no les atrae demasiado ser el objetivo de una cámara. El pudor y el respeto ganan, como no puede ser de otra manera, y mi ingenuidad y mi torpeza se imponen, como siempre.
De todas formas hay, a qué negarlo, reflejos de aquellos días. Y como muestra unas aceitunas.