martes, 17 de febrero de 2009

La puerta tras la puerta



Mercedes, pirandella de pro, fue puerta de congelador de un frigorífico de los años 80.
Soy la guardiana de tu corazón” le decía a aquel electrodoméstico en sus primeros días de funcionamiento.
Pero no pudo ser.
Tuvo una corta vida, la pobre. Nunca se acostumbró a eso de tener que estar dentro de la propia nevera.
Para cuando decidieron quitarla ya había sufrido 3.548 resfriados y cientos de gripes.
Hasta el material del que estaba hecha -un plasticote vulgar- y aquel indefinible color que se suponía era el suyo la entristecían sobremanera, llenándola de una desazón que no se pudo curar a base de estornudos.
Lo primero que se le rompió fue el cierre. Tuvo que soportar el descrédito y la deshonra que suponía la colocación como apósito de un cutrecillo alambre para contener los icebergs surgidos de un congelador tan chico. Los hielos se desbordaban y ella era incapaz de parar semejante helada. A veces miraba de reojo al interior del congelador y se extrañaba que algo pudiese caber allí dentro.
No entendía nada.
¡Cómo era posible que las neveras, tan bonitas por fuera, fuesen irremediablemente inútiles por dentro!
Tuvo pegado a su ser todo tipo de olores. Recordará siempre el del café, el de los limones, el de las noches de adobo.
Para cuando los dueños del frigorífico se dieron cuenta de lo inútil de su presencia habían pasado ya la –friolera- de seis años. Lo que no logró comprender es por qué no la tiraron directamente a la basura, y se empeñaron en depositarla sin la menor dignidad encima del propio electrodoméstico. Arrumbada. Herida. Sin cierre y con aquel alambre todavía colgando...
Recordaría con horror hasta sus últimos días los absurdos intentos a los que la sometió el hijo menor de aquella familia: cada equis meses, sin venir a cuento, intentaba en vano encajarla en la ya descomunal amalgama de hielo desbordado en que se había convertido su antiguo hogar. Era desesperante. Horrible.
Así que normal fue que acogiese con alegría (aunque también con una pizca de nostalgia y envidia) la llegada del “dos puertas”, de la nueva nevera con congelador separado, cuando de refilón vio cómo los encargados de la tienda lo desembalaban en el pasillo.
Ansiosa estuvo entonces con encontrarse frente a frente a lo que tanto tiempo había estado esperando, a lo que ella consideraba su segundo nacimiento, a una verdadera reencarnación: La basura. El contenedor amarillo. El reciclaje.