Inauguro hoy una nueva sección en éste blog. Había pensado ponerle la etiqueta de “Los Pirandellos” en honor al autor italiano, y la idea (para variar) en bien sencillita: A veces se me ocurren historias, personajes o cortos sobre los que trabajar, pero no me da tiempo.
No tengo tiempo, como diría el conejo de aquel libro.
Así que he decidido contaros, ofreceros, daros a esos posibles personajes que buscan una historia, un autor (o autora, sí, o autora) o un hueco donde crecer. Son personajes en busca de una vida, de alguien que los ayude a crecer, que los dibuje, que los guíe, que los instruya, que los escriba o los acompañe. Yo os los regalos y si no queréis/no podéis ayudarlos, al menos imaginaremos juntos esa vida que pudo haber sido y no fue.
La mayoría de los pirandellos que se me ocurren son personajes que mezclan la ternura y la poca vergüenza. Se sienten de alguna manera desplazados, abandonados, perdidos en un mundo que no es el suyo, que no los entiende ni los acepta. Están desubicados. Eso da mucho juego, a qué negarlo.
También, en la mayoría de los casos, se rebelan, pegan martillazos imaginarios y se manifiestan claramente inconformistas. Son mucho más cronopios que famas aunque mucho tengan también de esperanzas. Empiezo, para qué prolongarlo más, con estos pirandellos.
El signo de exclamación del principio
Así que he decidido contaros, ofreceros, daros a esos posibles personajes que buscan una historia, un autor (o autora, sí, o autora) o un hueco donde crecer. Son personajes en busca de una vida, de alguien que los ayude a crecer, que los dibuje, que los guíe, que los instruya, que los escriba o los acompañe. Yo os los regalos y si no queréis/no podéis ayudarlos, al menos imaginaremos juntos esa vida que pudo haber sido y no fue.
La mayoría de los pirandellos que se me ocurren son personajes que mezclan la ternura y la poca vergüenza. Se sienten de alguna manera desplazados, abandonados, perdidos en un mundo que no es el suyo, que no los entiende ni los acepta. Están desubicados. Eso da mucho juego, a qué negarlo.
También, en la mayoría de los casos, se rebelan, pegan martillazos imaginarios y se manifiestan claramente inconformistas. Son mucho más cronopios que famas aunque mucho tengan también de esperanzas. Empiezo, para qué prolongarlo más, con estos pirandellos.
El signo de exclamación del principio
"El signo de exclamación del principio está triste. Lleva unos años vagabundeando por los teclados de los ordenadores sin que le hagan mucho caso. Hasta se ha dejado crecer la barba en su punto de exclamación y ya no se ducha con la asiduidad de antaño.
La confabulación global le está haciendo desaparecer, a él, que era el principio de la exclamación, que arrancaba del lector la subida del volumen en la dicción, que prologaba tantos gritos, tanta pasión y tanta fuerza.
Ahora, cosa de los tiempos que corren, está siendo vilmente olvidado y arrinconado.
Pobre. Han dejado de utilizarlo los que piensan que basta con usar simplemente el signo de exclamación del final. Los minimalistas del lenguaje. Los ingleses. Los torpes.
Sabe que su primo, el signo de interrogación del principio, vive una historia de ignominia parecida, pero...es que en esa familia siempre han estado acostumbrados a la duda, al no saber, a encogerse de hombros frente a la injusticia, mientras que en la suya no, en su casa siempre se iba con la aseveración por delante, firmes y resueltos en sus convicciones.
Son malos tiempos para él, y aún recuerda con nostalgia cuando las únicas confusiones se producían cuando le decían que se parecía a la i latina.
No puede con esto. Hasta considera absurda esa falta de respeto que resulta del hecho de que para que aparezca su hermano, el signo de exclamación del final, sea necesario teclear y sostener primero la mayúscula, mientras que para él baste con apretar un botoncito. ¡Qué más mayúscula que él, arranque y principio de todo!
El signo de exclamación está triste. Sabe que la gente sigue, al leer, acentuando árbol aunque no lleve tilde, pero es que para cuando el lector ha visto el signo de exclamación del final, ya no puede recuperar el brío y la gravedad que la frase merecía.
No entiende a qué se debe esto. No lo acepta, pero no sabe qué hacer.
Hace ya dos años que nuestro amigo empezó a ir a los bares a beber mojitos. Dicen que escucha lánguidamente las versiones de “Nouvelle Vague” haciendo caso omiso a los amigos que le ruegan que no se curve, que parece una jota...
Nuestro amigo ya no va en taxi. Intenta llamarlos altivo pero los conductores han olvidado la forma imponente de su altiva figura, y pasan de largo. Cuesta decir esto pero es así: la última vez que lo vi, estaba al principio".