Que la fotografía es, etimológicamente, escribir con luz, se da el primer día de clase. Todo lo demás (ese mundo amplio e inescrutable) es desarrollo de lo mismo.
Quizá por eso me decidí un día a fotografiar mi persiana. Para volver de nuevo al dibujo, pero esta vez con una cámara fotográfica.
El movimiento, la composición, la descontextualización, la sugerencia y la recreación de un mundo extraño e irreal iban en éste trabajo igualmente de la mano.
Es cierto que me siento más “cómodo” haciendo este tipo de fotografías que las de viajes (el maldito pudor), aunque ambas me fascinen, pero vuelvo a repetir que al fin y al cabo no son sino formas de expresar, de contar, de entretenerse, de que el tiempo pase.
El movimiento, la composición, la descontextualización, la sugerencia y la recreación de un mundo extraño e irreal iban en éste trabajo igualmente de la mano.
Es cierto que me siento más “cómodo” haciendo este tipo de fotografías que las de viajes (el maldito pudor), aunque ambas me fascinen, pero vuelvo a repetir que al fin y al cabo no son sino formas de expresar, de contar, de entretenerse, de que el tiempo pase.
Me encerré una mañana en mi habitación a oscuras con solo un trozo de persiana semiabierta. Movía la cámara, me movía yo, nos movíamos conjuntamente. Fotografiando, dibujando, bailando.
Son, qué duda cabe, fruto de esa gran ventaja que nos ha dado el digital, la de poder disparar y disparar y disparar y luego editar sin miedo a los costes.
Son rastro de un instante, de no saber qué hay al otro lado. Y son, a qué negarlo, fruto una vez más del tiempo detenido.
Son rastro de un instante, de no saber qué hay al otro lado. Y son, a qué negarlo, fruto una vez más del tiempo detenido.