"Un caracol bombero se emborracha una noche de tibia luna con sus amigos en el puerto. Ellos se ríen de él, de sus pasos de baile mareado, de su timidez, de su caparazón desgastado, y sin pensarlo lo abandonan solo, ebrio, embadurnado de arena, frente al mar…
Al abrir los ojos y levantarse, el caracol bombero se da cuenta de que ya es de día. Se despereza y sin apenas resaca descubre entre la arena una moneda de dos euros. Un pequeño instante de concentración se aglomera en su interior.
Se dirige entonces hacia una cercana cabina de teléfonos dispuesto a llamar al amor de su vida, a la caracola de su infancia, a su pasión secreta perdida entre el tiempo y la estupidez…es entonces cuando empieza a caminar, cuando rememora uno a uno los aromas de la adolescencia en cada arrastrar de su caparazón, y es entonces, cerca ya de la cabina, cuando se da cuenta del tiempo perdido.
Será también entonces cuando inevitablemente descubra por arte de magia las tres mil doscientas verdades absolutas que pueblan el universo, y se da cuenta como en su caminar el amor vuelve desesperadamente a recorrer su diminuto cuerpo…
Se encuentra ya frente a la cabina y añora a su amor, caracola mía, la siente, la vive, la adora, se da cuenta de todo el daño que le hizo en aquellas dos semanas infernales. Antes de coger el auricular siente el vuelo de un pájaro por encima de sus deseos, ya irrefrenables, alarga la mano hacia la ranura de la cabina, recuerda los ojos de ella – un amanecer de mirada- y en su corazón, maldita sea y en sus ojos, se clava un cartel que dice “fuera de servicio”, que alcanza a leer en la cabina, letrero absurdo que le devuelve a la realidad más cruel de los putos móviles que todo lo inundan, que todo lo acaban estropeando".