Las cosas pasan así, y de nada sirven quejas ni lamentos...
Ocurre cuando por tu casa tienes más de ciento cincuenta coches de bomberos.
Los coches se oxidan, se pierden, acumulan polvo y lamentos, se apagan ellos solos -fíjate tú la gracia-, y se encogen, se agotan, se marchan sin que apenas te des cuenta.
Los coches de bomberos son así: metálicos y orgullosos.
Cuando empecé a escribir los textos que agrupo en "De bomberos", que suman ya veintiocho, decidí hacer fotos a los coches que pululan por casa, para desempolvarlos y mostrarlos tal como son, tal como los veo.
Son coches que he ido consiguiendo o que me han ido regalando con el paso de los años hasta inundar estanterías, huecos y altillos.
Son coches de todos los tamaños, de todos los colores aunque predomine el rojo altivo que se sabe intenso, de metal, madera o plástico.
Hay bomberos que sueñan y otros que anuncian, los hay que se lanzan despiadados y los que corretean dejando que la llave se desplace lenta y suave al compás de las losetas.
Son muchos bomberos los que han venido, para bailar este charlestón...
Recopilo hoy aquí algunas de las fotografías que hice para ilustrar los textos (aunque algunos textos -he de reconocer- ilustraron las imágenes) con la desvergonzonería que me caracteriza, y prometiendo que la próxima entrada fotográfica de estos bichitos de lata y ganas de agradar que inundan mi piso, será con imágenes hechas ex profeso, y evitar en lo posible los refritos.
Pero una cosa es prometer, y otra ponerse...