Las meditaciones, a veces, acaban en desastre...
Quizá por eso el coche a vapor no sea mucho de pensar, qué pereza, y sí más de acción o, para ser completamente sinceros, siempre ha sido más de dejarse llevar.
Dejarse llevar por el viento, por el desamor o por las ondulaciones del mar que lo sostiene.
Dejarse llevar por el ritmo de los acontecimientos, que si no lo desbordan lo acompañan.
El coche a vapor llora hasta crear un mar salado y amargo, y huye pensando que es la manera.
El coche a vapor gira en los huracanes y al chocar contra un acantilado se cree isla el muy ingenuo.
Con él nunca sabremos que fue antes, si la gallina o el huevo, si la ingenuidad o la ternura.
Al coche a vapor le gustan las velas y los apagones, qué contrasentido, y cuando se dedica a meditar cualquier cosa puede pasar por su cabeza.
Incluso la nada...