Entre dos caminos se suele encontrar el camino intermedio...
A veces por voluntad de experimentación, otras simplemente por jugar, y en ocasiones por la fascinación que se desprende de un trastoque, de una manipulación, de una perversión en toda regla.
Enfrentarse a una fotografía supone o debe suponer el enfrentarte a lo desconocido.
Aunque entre ese desconocido y tú haya una unión inseparable de espacio y sobre todo de tiempo.
Pero ya es otra cosa.
Así que ningún problema puede haber en reconvertirlo en lo que sea, en lo que surja, en lo que aparezca.
No hay temor, no debe haberlo, frente al tiempo capturado.
Y luego aparecerán casi sin querer las formas enraizadas, la inversión de la tierra, el misticismo envolvente y los espacios fantasmagóricos.
Luego una ciudad de color y olores diversos se transformará en el laberinto de una pesadilla que nos conduce a ninguna parte.
Es la magia de lo que está sin querer y de lo que se descubre porque sí.
Un simple negativo que se convierte en un Pollock y todo que se desbarajusta en el preciso momento que se reconstruye.
Lo demás son lágrimas, lágrimas y árboles que esconden mezquitas...