miércoles, 21 de abril de 2010

Los fuegos artificiales que se van para atrás



Menuda tamaña explosión de alegría.
¡Qué algarabía, qué desparrame, qué emoción, menudo jolgorio!
¡¡Vaya tarambana!!

Los fuegos artificiales, las luces que destellan ante nuestros ojos en las noches de calor y fiesta, son el paradigma más claro del asombro y la belleza.
Síntoma de besos con sabor a humo, de cabezas apoyadas en hombros, de dedos que se deslizan suaves y acarician cinturas, de un mar plano con sabor a sal y miedo, todo eso con la reconfortante proximidad de tu pareja soñada. 
Síntoma de la sonrisa verdadera, la que se cuela por la traquea para llegar a los pulmones y expandirse locuela.
¡¡Qué hecatombe de placer!!

Pero detrás -nunca mejor dicho- de toda esta preciosa estampa se esconde la más cruel de las ignominias.
El más vergonzante y humillante de los olvidos: La ilusión visual.

Tanto nos sobrecoge la magnitud del evento, tal es el estruendo del artificio, que, indiferentes, olvidamos lo que no vemos.
Y lo que no vemos, aunque a nadie parezca pesarle, son los haces de luz que se pierden en dirección contraria a nuestro punto de vista.

Los fuegos artificiales explotan en esfera. 
Sí. 
Eso lo sabe todo el mundo. 
Pero las malditas ilusiones visuales hacen que tengamos la sensación de que todos vienen en nuestra dirección, a nuestro encuentro.
O sea que por cada filamento curvo que se dirige hacia mí, que se alza altivo y cae lento como una lágrima, hay otro del que ni me percato.

Y ese es mi pirandello.
Él explota y vive y alza y se cae y se va desvaneciendo poco a poco hasta la muerte con toda la conciencia de su ser -de su no ser- ante mis cautivados, absortos y engañados ojos.  
Y ahí que lo intenta, contrayendo su alma para sacar algo más de luz de donde no la hay, y engañar a Boring, a Holway, al mismísimo Emmert y a todos los manuales de percepción visual habidos y por haber.
Pero no hay manera.

De nada me vale que los de "La punta de la mona" sí que lo vean y lo aprecien.
Aquí estoy yo, con los pies llenos de arena, mojada leve la pernera de mi pantalón sin bolsillos, desconcentrado, triste y frustrado ante lo que mis ojos en confabulación con mi cerebro han hecho que me pierda y olvide.

Dónde tú, luz que te alejas. 
Dónde tú, corazón de serpiente que no distingo.
Dónde tú, proscrita lágrima de fuego.
La próxima prometo no dejar 
que el artificio me deslumbre,
e iré más allá
en busca de tu curva.


Y no llores, mujer, que entonces no te veo...