No puedo evitarlo: adoro esta película.
Aunque no deja de ser verdad que me gustan todo tipo de largometrajes -los clásicos, las raras, mudas, qué se yo, polacas, de acción, todas- tengo una extraña predilección por las películas pequeñas.
Pequeñas como de en familia, pequeñas en presupuesto, pequeñas en despliegues y efectos, pequeñas de cercanas y próximas.
Pequeñas donde lo pequeño es un elogio a la sencillez y a la naturalidad más pasmosa.
Y "Las cosas cambian", el segundo largometraje dirigido por David Mamet lo es, al menos en ese sentido.
Porque en todo lo demás es una película inmensa.
Inmensa en su historia, comedia fina, sutil y entrañable; inmensa en las interpretaciones de Joe Mantegna y sobre todo de Don Ameche; inmensa en capacidad de transmitir, de entregarse.
Granada, 1988.
Con la ingenuidad que daba no haber cumplido los veinte años y con la capacidad de asombro todavía prácticamente intacta.
Con una ciudad como Granada aún a medio descubrir, y con el olor a moqueta definitivamente metido ya en el fondo de mi corazón, ese olor que no se va.
Si algo recuerdo vivamente de los Multicines Gracia eran por un lado sus escaleras -sitio perfecto para esperar sentado- y por otro su vestíbulo central, donde una vez dentro esperabas que los afluentes de gente te dejaran el paso libre a tu butaca.
Y salir siendo ya de noche.
Y subir a Trinidad sin saber quién eres.
Y las calles oscuras, los portales locos.
Descubrir el cine, pasa por ver películas como esta.
Descubrir el ritmo lento y amable, la ironía de los diálogos, la honestidad de los personajes.
Descubrir el poder de la palabra dada, el cuento de la cigarra en versión realista o cómo un pequeño giro de una ruleta loca puede dar una nueva dimensión a la historia.
Y descubrir la honda sensibilidad del acto de limpiar un buen par de zapatos.
La mirada limpia, la vida por vivir, el lenguaje del honor.
La comedia de la vida. Ni más, ni menos.
Viendo "Las cosas cambian" perdí el miedo a las palabras "cálido" o "entrañable".
Y no hay felicidad mayor que dirigirte, andando despacio, a la Plaza Bib-Rambla con una sonrisa -con una media sonrisa- entre los labios y los pasos.