Sigue el coche a vapor erre que erre descubriendo ese mundo que se abre a él.
El coche lo observa, lo mira, a veces se asombra, a veces se encoge de hombros, y a veces ni siquiera se da cuenta.
Y es que él es así, pobrecito.
Aparece el fotógrafo que juega con el pajarito, aunque acaben jugando más con él que otra cosa.
Aparece la primavera loca y náufraga, que baila entre palmeras, aparece el signo de interrogación que nos cuelga en el devenir diario, y aparecen lo regalos, siempre los regalos, que no paren los regalos.
El coche a vapor sigue a su manera definiendo a ese mundo que lo mira -el mundo a él- y ese sí que se extraña ante todo.
No es para menos.