Cuando una película se te mete dentro a través de sus personajes...
Ellas son Isa y Marie. Dos jóvenes muy diferentes en carácter y en su manera de afrontar esa cosa tan difícil de definir que algunos llaman vida.
Los cines son los Princesa y la ciudad Madrid.
Termina el siglo XX con el problemático y febril colgado a su estela, y esperando con los dedos cruzados a que sea verdad y que revienten todos los ordenadores.
Pero no será así.
Madrid sigue estando tan bulliciosa y ajetreada, y los cines no van a ser menos.
Hasta una película francesa supuestamente minoritaria llena sus sesiones. Debe ser fin de semana y la gente se echa a la calle.
Pero volvamos con Isa y Marie.
La sala de cine se apaga, la historia comienza y enseguida te engancha. Hay mucho de verdad y naturalidad en los personajes, las situaciones y la propia historia.
La cámara se mueve con un runrún nervioso, acompañando el rumbo perdido de las chicas ante su futuro.
No sé si lo que más me atrae es precisamente sentir que la incertidumbre que embarga a las dos jóvenes empiezo yo a perderla de vista. O por el contrario imaginar que nunca acabará de abandonarme. Quién sabe.
Quizá me enganche más la vulnerabilidad de Marie y el optimismo de Isa, y pensar que soy bastante mezcla de esos dos caracteres antagónicos.
Hay que reconocer que las actrices están espléndidas.
El trabajo, la amistad, el amor, las inquietudes. El sexo, la desesperación, el compromiso o el desamor.
Hay mucho en esa vida real mezclada con la soñada. Mucho de silencios, valentía, amargura, optimismo y sinsabores.
Evidentemente es una película que pide identificación y a mí me ganó desde el minuto uno. Puedes ser una, puedes ser la otra o como en mi caso una extraña simbiosis de esas dos personalidades bien distintas.
Y la película sigue, como la vida sigue. La sesión avanza como avanzó la del pase anterior y como lo hará la de las sesiones del día siguiente.
Y la película, como la vida sigue hacia un final inexorable.
Es imposible no asistir impotente a un final desconcertante y desgarrador a un tiempo. Un final volcado en todas y cada una de las letras de la palabra "tremendo".
Un final difícilmente olvidable cuando dos años después te enfrentes de nuevo a un mediometraje de Erick Zonka, "El pequeño ladrón" y te vuelva a dejar con toda la carga del desasosiego pegado a la silla en uno de los planos más sentidos que he podido vivir en una sala de cine.
El final de "La vida soñada de los ángeles" no puede ser contado, pero sigue vivo en mi memoria más de diez años después de haberlo visto.
Después de aquello, salir a la calle, bajar Princesa, cruzar Plaza de España y llegar a la calle del Pez subiendo por Reyes sucede sin que tus sentidos se hayan podido despegar aún de la butaca.
Y es que sin quererlo, un trozo de ti se ha quedado en el último plano de una película francesa.