Si supiera dibujar una tira transparente, que dejase ver tras de sí las tripas de vuestros ordenadores, lo haría.
Y es que uno no sabe muy bien si la mano se desvanece o se funde con su entorno.
El caso es que nunca estuvo en tanta simbiosis con la nada.
Falta diluir la propia tira, diluir el ordenador, diluir el cuarto, diluir la casa, la calle, la ciudad y la Tierra entera.
Y entonces, diluidos con el universo -entonces sí- empezar mañana.