No sé muy bien por qué pero siempre me gustó que las fotografías fuesen, sobre todo, luz.
Quizá por tautología, quizá por haber nacido donde me tocó.
Pero, hay que reconocerlo, zambullirte en la oscuridad ofrece también sus alicientes.
En las sombras se esconde el misterio, lo inescrutable y, por qué no decirlo también, los fallos y los errores.
Navegar entre las sombras tiene sus riesgos y sus satisfacciones. Tiene un poco de cambiar la mentalidad, lo establecido, tiene bastante de abandonar el territorio conocido y dejarte caer.
Pero, por mucho que haya luces o haya sombras miro estas imágenes y sigue habiendo, sobre todo, viaje.
Viaje y descubrimiento, viaje y escudriñamiento, viaje y querencia, viaje y ausencia.
Brasil es un bostezo o una papelera amarilla. Es un cura ortodoxo o un baño al ocaso.
Y Brasil, para mí, será siempre esos ojos borrosos de la primera fotografía. Esos ojos que me desafiaron desde la oscuridad y ante los que no quedaba más remedio que rendirse, una vez más, desarmado e inevitablemente perdido.