domingo, 17 de marzo de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XIII)


085) Porque Bernie August Collins, tabernero irlandés de la parte sur de Dublín, gustaba de echarse una pinta negra el día de San Patricio amparándose en no sé qué ley irlandesa que instaba a los propietarios de los locales a volverse ebrios y enjutos durante las tres cuartas partes de la celebración. 
Así lo hizo el 17 de marzo de 2012.
La norma también hablaba de recitar a Rilke vistiendo unos pantalones thai, de adorar a un Papa negro y hacerte tertuliano para defender posturas del kamasutra, de vender un cupón de la ONCE por tres euros más de su valor y entregar la plusvalía a un político de la oposición, de conversar con desagrado con la suegra de un amigo inválido y de mentir sobre tu capacidad abdominal al firmar un pacto de no agresión con el gobierno sueco, pero él solo se tomó una pinta. 
E incumplir la ley, más que nos pese a todos, acaba, lenta e inexorablemente, pasando factura. Así que nueve meses después de no haber recibido su plusvalía, el político dijo: a la mierda.

086) Porque solamente en los confines del mundo estaba su razón de ser. Y cuando te lo juegas todo con los con-fines ya sabes cual acaba siendo el precio.

087) Porque había una vez un lago de sangre, allá por Eritrea, que no sabía muy bien cuál era su razón de ser. 
Como embalse para que jugaran divertidos los niños al pilla pilla era inviable.
Como estanque para que los enamorados más ardientes dieran paso a sus enigmas de lujuria, deseo y merendolas de Tigretones no acabó funcionando.
Como pista de patinaje despreocupada por las caídas de sus desnudos bailarines y donde poder hacer el amor cual cuchilla que raspa, apenas si duró el invierno del 74.
Como mar embravecido alquilable para películas de presupuesto B donde mugrientos zahoríes luchasen contra intrépidos bucaneros a lomos de bergantines iconoclastas y chalupas indecentes se hizo prohibitivo, más aún contando con el aumento del IVA, aunque alguna que otra obra maestra del género pueda uno rastrear por los torrent de la bahía pirata.
Y ya solo le quedó un uso:
Como fin de mundo funcionó, un 21 de diciembre, tras filtrar su sangre, de corazón, a todos los rincones llorosos de la Tierra muerta.

088) Porque el Un Dos Tres había durado ya demasiado. Beltrán Azpiolea, realizador emérito de radio televisión española, harto de ser el que en realidad contaba las veintitrés respuestas acertadas a veinticinco pesetas cada una, le dieron un total de campana y se acabó.

089) Porque si el FIN hubiera terminado en Z todo hubiera sido más sencillo. Si en vez de FIN los académicos de la lengua lo hubiesen llamado XYZ, por difícil que fuese de pronunciar, todo habría sido mucho más fácil, aquí y en Indonesia.
Y entonces, a poco que al llegar el 7 de diciembre hubiésemos visto en el cielo escrito la letra X (por naves extrarretestres que violentas e indiscriminadas cruzasen el cielo), a poco que el 14 de diciembre hubiésemos visto la Y en el vientre de nuestras amantes (devoradoras e insaciables), no habría sido tan difícil atar los cabos y entender que el día 21, el fatídico 21 de diciembre habría aparecido en todos los canales de nuestros televisores una Z. Y échate a dormir.

090) Porque FIN en alemán es ENDE. Así que por ende llegó el fin del mundo, de mano de la Merkel.

091) Porque había una vez un circo que alegraba siempre el corazón. Lleno de color, un mundo de ilusión, pleno de alegría y emoción. Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón. Sin temer jamás al frío o al calor el circo daba siempre su función.
Bueno, siempre, siempre no.
Un 21 de diciembre, habiendo ya vendido treinta y cuatro entradas a las afueras de Getafe, el Circo Rollandiber dijo hasta aquí hemos llegado.
Y entonces hubo una vez un circo que no siempre alegraba el corazón, y se tuvieron que inventar el fin del mundo, entre la mujer trapecista y sus catorce enanos, con ayuda del forzudo barbudo y las siamesas de Persia.
El fin del mundo llegó, y nunca tanto esfuerzo tuvo mayor sentido, para salvaguardar el honor de una letra de Miliki.