Después de un fin de semana intenso disfrutando de la fotografía proyectada y en palabra, era hora inevitable de hacerla carne.
Había que echarse al barro y vomitar lo fagocitado, no vaya a hacer bola que luego es peor.
Pero puestos a tirarse por los suelos, uno o la cámara, era evidente pensar a quién le caería la peor parte.
Y no iba a ser aquel que no hace mucho se compró pantalones nuevos.
Todo lo demás, claro, sigue siendo solo un juego.