Y es que a veces hay uno, pero a veces hay más. A veces ya pasaron, otros no llegarán nunca.
Los instantes en fotografía, qué parecidos a la vida.
Contaba el incomparable Henri Cartier-Bresson que cada momento, cada escena, cada acción tiene un instante -el famoso instante decisivo- que es clímax y resumen de su esencia, y que el fotógrafo ha de poner ojo, cabeza y corazón para tratar de capturarlo.
Que ese instante está ahí y solo hay que buscarlo.
Pero es que yo veo muchos.
Sí.
Menudo desastre.
Y me vuelvo loco, claro, y luego quién elige...
Cuando uno mira a través del visor, intenta escudriñar la escena.
En mi experiencia, que tampoco es ejemplo de nada, he de reconocer que me olvido de todo y miro.
Siempre, de un modo extraño, me reconocí espectador de cine tras el visor de una cámara. Observas pero no intervienes.
Todo lo que pueda surgir de ahí -composición, ritmo, encuadre, foco, y demás ajustes técnicos- no surgen de una racionalización sino de lo que yo llamo la intuición reposada.
Has aprendido algo y lo llevas tan dentro de ti que ya no necesitas pensarlo: sale solo.
Eso, qué duda cabe, sólo lo da la práctica.
Pero cuando miro una escena y me involucro en ella, de nuevo en mi experiencia, suelen surgir más de un instante, más de un momento, más de un clímax o un resumen.
La caleidoscópica fascinación que emana de un rostro que sonríe, las diferentes caricias que ofrece un gato contra un árbol, las múltiples posturas de un funambulista de parque y gorra. Una pelea de enamorados, un poeta en un bar, pescadores que zurcen redes en la orilla.
Todo está tan lleno de vida. Todo es tan inabarcable.
Qué difícil, Henri, ese maldito instante único del que hablas.
Tokyo, verano de 2012.
Dos adolescentes juegan y conversan alrededor de un banco en un parque cerca de Shinjuku.
Y una se levanta y baila, y la otra se ríe y hace que duerme, se vuelven serias y conversan, se hacen fotos e intercambian miradas cómplices.
¿Quién puede abarcar toda la escena con una fotografía? Yo no.
Yo las observo, primero sin la cámara. Luego me parapeto tras el visor y elijo unas cuantas imágenes. Vuelvo a olvidarme de la cámara para seguir viéndolas con los ojos de un turista fascinado.
Regreso a la cámara y grabo en vídeo un par más de instantes. Cambio a foto y busco ese momento que todo lo resuma.
No puedo.
Vuelvo tras el visor en el momento en que ellas se levantan y se van de la mano, riendo, cantando, felices.
Y yo me quedo allí, turbado, contento e insatisfecho a un tiempo. En mi tarjeta viajan ya conmigo -yo sin saberlo- ocho fotografías y cuatro vídeos que resumen ese instante.
¿Es uno, son muchos?
Quién lo sabe.