Escribía Frédréric Beigbeder que el amor dura tres años -teoría por lo demás bastante extendida- pero me da a mí que la experiencia dice que sí que son tres, pero días...
Viernes 19:30 horas.
Me dispongo a salir de casa, me dirijo al ascensor.
Como vivo en un quinto ya ni me planteo bajar y mucho menos subir por las escaleras, así que sí, cojo el ascensor.
Lo llamo, y espero pacientemente su llegada.
Las puertas se abren.
Son las típicas puertas de ascensor, que se deslizan en dos partes, una por encima de la otra para desplegarse o encogerse según corresponda.
Entro en el ascensor y pulso el 0, rumbo a la calle.
Y en ese momento lo veo.
En ese momento, con la mirada perdida en el exterior del piso quinto, las puertas del ascensor se van desplegando lentamente hasta que el ascensor se cierra. Y en la mitad del fondo, la que se va abriendo con más velocidad hasta cubrir por completo el ancho de la puerta, aparece un texto, escrito en blanco sobre el frío metal del elevador:
Te amo.
La sola visión del escrito hace que esboce una sonrisa. Te amo, digo para mí, y pienso inevitablemente en el amor adolescente. -Ya no hacemos cosas así- continuo pensando mientras el ascensor lega hasta la planta baja.
Salgo a la calle, a los quehaceres de la rutina y me olvido del mensaje, de ese solitario pero orgulloso "te amo" escrito con típex en la puerta de un ascensor.
Lo vuelvo a ver tres veces más: Al volver el viernes, y una entrada y una salida más el sábado por la tarde.
Ahí permanece, incólume, orgulloso, con la evidencia de que no limpian el bloque los fines de semana, sí, pero con la llama viva del que profesa y no oculta su amor en una puerta.
De repente me acuerdo de la película "El Sur" de Víctor Erice, y no recuerdo si era Caracolo el que escribía a la niña Estrella mensajes en el muro.
Lo vuelvo a ver tres veces más, sí, hasta que llega el domingo.
El domingo salgo de casa a dar una vuelta, por la mañana temprano.
Absorto en el día de sol, en el viento reinante, no reparo en el texto hasta que me doy de bruces con él.
Ahí está, la contestación más cruel, más rotunda, más infame.
Ya la habéis observado en la fotografía, me da hasta cosa reproducirla de nuevo aquí: Al "te amo" alguien, con una grafía más nerviosa y bastante menos amable ha contestado un "y yo no".
Esa es la cruda realidad.
Un te amo rozado entre dos puertas durante apenas cuarenta y ocho horas, al tercer día se da de bruces con la realidad.
Pero a mi cara vuelve la misma sonrisa que el primer día.
La sonrisa del distanciamiento, de la desafección, supongo.
La sonrisa del espectador que observa desde su lejanía, en los apenas diez segundos que dura la bajada o subida de un ascensor, una historia que no le pertenece.
Ese mismo observador que se fija atentamente en un pequeño mensaje interpuesto entre los dos antes citados, y que en un lápiz casi imperceptible dice "yo a ti", intento quizá de una respuesta anterior, menos contundente en todo caso.
Ese mismo observador que es capaz de regresar a casa sólo para coger la cámara y en un domingo por la tarde subir en un ascensor con la única intención de hacer una fotografía, de compartir una historia.
Y al tercer día, como en aquel cuento, ya no había nada.
El lunes por la mañana la mano de la limpieza se cercenó sobre el frío metal de ese ascensor con mensajes.
Y entonces sí que no había ya, rastro ninguno del amor...