Las gaviotas huelen a mar, las fotografías, a Estambul.
Cruzar el Bósforo y navegar acompañado por las gaviotas -locas de mar y tierra- era entonces un ritual conocido.
Observar su vuelo resultaba inevitable, y no sacar la cámara, imposible.
El cielo nublado, el invierno naciente, la humedad que se cuela en cubierta.
El olor a mar, el frío lacerante.
Los viajes están llenos de momentos, y como siempre las fotografías renacen de sus carpetas para mostrárnoslos.
Un detalle fugaz, un apunte olvidado, todo aparece de nuevo tras revisar lo entonces capturado.
Las gaviotas no dejan de sobrevolar, y el ruido a tierra firme se hace presente.
Entonces yo viajo con ellas, de nuevo, al invierno turco.