La historia continúa:
Me escribe y me comenta mi amiga Elena, con toda la razón del mundo, que me equivoco.
No me cuesta reconocerlo: Ella tiene razón.
Hace quince días escribí, al respecto de la fotografía que adjunto, una historia que si no conocéis podéis leer en esta entrada.
Básicamente se resume en que encontré este graffiti con un "te amo" escrito en la puerta del ascensor de mi casa, y que tres días después (lo que yo pensaba que duraba el amor) se le añadió algo que entonces entendí como un "y yo no".
Pero no es así.
Elena tiene razón.
Aunque la terrible falta de una tilde (que incidiría en la teoría de un amor adolescente) nos lleve a confusión, lo que -yo diría que nerviosa, agitadamente- escribió el replicante tres días después no fue un "y yo no" sino un "y yo mas".
Y yo más.
Imagino ahora lo rápido de su escritura, la vergüenza de ser descubierto, el azoramiento del que muestra cómo ese amor es correspondido.
Imagino ahora mirar de reojo el indicativo luminoso de que el ascensor está llegando a su destino, que hay que esconder el rotulador o el típex, o lo que fuese.
Imagino ahora la satisfacción de no ser descubierto, imagino ahora la recreación del momento en que la otra persona vea tu respuesta, imagino ahora una sonrisa en un rostro.
Y sí, cómo se nota que yo no estoy acostumbrado a leer cienes y cienes de exámenes de niños de la ESO, y que la caligrafía manuscrita se pierde en los recovecos de mi maltrecha ya memoria...
Qué equivocado estaba.
Cómo pude estar tan ciego.
Dicen que uno ve lo que quiere ver, que uno lee lo que quiere leer.
No sé si es el caso, pero en cualquier caso reconozco mi error.
El amor no dura tres días.
El amor -pese a la lejía- es eterno.
Aunque no es ciego.
El amor es eterno y analfabeto.