A veces, con una cámara en la mano, no te queda otra que buscar algo un poco distinto (pensar en algo distinto de verdad son palabras mayores), buscar algo al menos diferente a lo que normalmente haces, buscar una nueva manera de encontrar fascinante ese hecho tan simple de apretar un disparador y capturar el momento.
Y en esos instantes, ante esas búsquedas, siempre aparecen caminos nuevos que desechar, nuevas vías por las que no seguir o miras distintas a las que prestar un poco de atención.
Y ese simple descoloque, esa pequeña catársis que se provoca, aunque lo encontrado no se ajuste a lo que a uno le gustaría, sólo por el sobresalto o el riesgo implícito habrá merecido la pena.
Tampoco es tan importante detenerse sobre esas cosas.
En la mayoría de los casos lo mejor es no pensar y apretar y disparar y capturar y disfrutar con ello.
O al menos intentarlo.
En este caso las sombras proyectadas en una pared, las sombras de un baile, las sombras de esos cuerpos que se muestran y se esconden y se expanden.
El juego de proyecciones, de movimiento en negro, de figuras agigantadas y estilizadas que se solapan unas con otras.
Mirarlas y dejarse llevar.
No hay mucho más.