miércoles, 16 de junio de 2010

De bomberos XXIX



Había que tener el valor de ser un coche de bomberos en la Alemania del 39. Había que tener la suficiente entereza para que no se te torciera el guardabarros ni que la escalera se oxidase en mitad de los tumultos.
Veíamos lejos los días de las risas.
La lluvia no sonaba igual en las tardes de adobe.
Había en nosotros un espíritu especial que nos hacía levantar la vista al cielo aún sin pájaros. 
Algunos lo llamaban esperanza.

Han pasado setenta años de aquellos atardeceres en silencio. 
Hoy todos los coches nos hemos convertido en tazas.
Viajamos por las estaciones entre el frío glacial de una buena cerveza y el despertar ofuscado que se relaja con un té.
No tenemos recuerdos.
Un día abrigamos la loza para aposentarnos en la cocina y nunca más apagamos un incendio.
Somos impresión de mentira, pequeño reflejo de un recuerdo lejano, somos la caricia lejana que tu mano olvida.
Pero somos, a fin de cuentas, y el orgullo nos mantiene en pie a pesar del viento. 

Había que tener valor para seguir viviendo y nosotros lo tuvimos.
Y el tiempo, de común tan implacable, fue benévolo con nuestros sueños.