La futilidad de los deseos es como el mar que se estrella en el rebalaje: Inevitable...
Pero pese a ello -y pese a todo- ahí sigue el coche a vapor definiendo ese mundo que se expande y se ensancha a fuerza de sustantivos.
Ahí sigue en su danza con el desamor, los martillazos y los encuentros fortuitos.
Ahí sigue en la brega diaria por la vida.
Vienen genios de la lámpara que le concederán deseos que acaban por evaporarse, se enfrentará al mágico mundo del reflejo de su propio yo en el cristal, y vivirá su aventura más prosaica a la puerta de la consulta de un dentista.
El mar terminará por arrojarle ese poquito de desencanto, entre el holandés errante y un amor -imposible, soñado, insostenible- en cada puerto.
Todo lo demás será locura...