martes, 22 de junio de 2010

Cuento de verano (Cines Renoir)



Como no pude -parafraseando a "Aterriza como puedas"- elegir un mal día para dejar de fumar, elijo un buen día para hablar del verano, que ya estamos metidos en él, y las ganas aprietan.

Así que hablaré de cómo el olor a verano se cuela en tu butaca, sentado en un cine, a oscuras, en plena primavera.

Y es que hay películas que llegan hasta ti por los lugares más diversos.
Por la risa, por la historia, por el misterio, por un personaje, una canción o algún diálogo.
Hay un momento -sólo hace falta uno- en que se te cuela dentro y ya te pertenece.
Quizá no sea la mejor película, las mejores interpretaciones, el mejor desarrollo.
Pero cuando una cinta te toca no hay racionalidad que pueda encumbrarte.

Con "Cuento de Verano" de Erich Rohmer me pasó.
Con "Cuento de Verano" entró, a través de la pantalla de un cine, el verano en mi butaca.
Me trajo los recuerdos de la brisa del mar, de los atardeceres en la orilla, de las conversaciones apostados en el rebalaje. 
Supongo que mucha culpa de ello -aunque la peli se desarrolle en Francia- tiene el haber nacido y haberme criado en Nerja.

Cuento de Verano encuentra esos lugares comunes que se desarrollan en un entorno turístico con adolescentes como protagonistas. 
La amistad, el amor, los juegos, las mentiras, las inseguridades, los anhelos, las dudas o las inquietudes.
Todo lo conocemos bien.
Y es precisamente esa identificación la que abre, de par en par, la puerta a tu rendición más absoluta.

Aunque entres en un cine de Madrid, en los Renoir, a más de 500 kilómetros de la playa más cercana, la arena, de repente, se cuela en tus zapatos. Escuchas cómo el mar rompe contra las rocas en el pasillo en penumbra de la sala.
Y te entran unas ganas locas de sol, lunas y verano.

Mención aparte merece el actor Melvin Paupaud, que interpreta a Gaspard en la cinta, metido en un personaje mitad ingenuo mitad egoísta; frágil, despistado, ligeramente crápula, vanidoso y ambiguo.
A través de su mirada el director canaliza toda la historia, todo ese mundo femenino que le rodea y que -cómo no- le supera.

"Cuento de verano" se desarrolla tranquila -su historias, los devaneos, las mentiras y los desengaños- mientras tu identificación crece progresivamente.
Con la naturalidad de actores que no conoces, con la frescura (no debería usar esta palabra pero no encuentro otra) de unos diálogos que reconoces, y de un gusto por hablar y por compartir los sentimientos en los que no tanto.
"Cuento de Verano" empieza y acaba, como todos los veranos.
Recuerdo que, cuando acabó la película y regresé al asfalto madrileño, a caminar por la Gran Vía camino de mi casa, pensé mucho más en los veranos pasados que en los que me quedaban por pasar.
Supongo que eso que entendíamos por juventud ya por aquel entonces se estaba terminando y entraba uno -aún sin quererlo- en el terreno de la nostalgia.

Siempre recordaré las caminatas de Gaspard por la arena de la playa, sus conversaciones con Margot, la sensualidad de la bella Solene, o las canciones compartidas en la cubierta de un barco, pero no podré olvidar, y me quedo con eso, cómo una sola película consiguió llenarme de verano, de un verano como el que ahora empieza, de un verano que -por qué no- siempre habita y siempre habitará en nosotros.