Fue una temeridad propia de la juventud, que duró bien poco...
La inclusión del elemento humano dentro de este universo de coches, mar y desamor era un experimento destinado a desaparecer con prontitud.
Y como vino se fue.
Y la vida proseguía entre peces que pescan coches, entre barquitos de papel que navegan como el mejor de los veleros, y pescadores que acaban estampados contra el suelo.
La vida se convierte en disfrutar de la siesta a la sombra de un árbol y odiar con toda el alma los muelles y los despertadores.
Llegará el amigo, sí, pero se irá más rápido que esta ráfaga de viento que se acaba de colar por la ventana...
Esa misma ráfaga que ya no sé dónde estará...