Tú me miraste y yo te miré; te miré todo el rato.
De lo que pasó después,
nada recuerdo.
Yo cerré los ojos y tú me abriste un mundo.
Inventaste palabras, navegaste en silencio.
Creaste, viviste, venciste, naciste y gozaste.
Paradoja hiciste al hacer
que yo regresara a un mundo
en el que nunca había estado.
Soñabas, o soñamos, o me soñaste.
Creaste para mí la entrada perfecta, la mañana insomne.
Me diste azúcar entre labios
(robabas mi pan, remendaste mi alcoba).
Acogió tu pecho mi infortunio estancado.
Y yo, pobrecito, no salí de ahí.
Quieto me quedé como quién paraliza el almíbar.
Tú me miraste y yo te miré; te miré todo el rato.
De lo que pasó después,
callo
miento
y olvido.
Acaso no pueda más quererte más en la vida,
ni los sábados acostarme entre sábanas afiladas.
Acaso no pueda ni imaginar ni soñar perfiles.
Acaso mis ojos cierren por vacaciones
y los tuyos se duerman, se duerman, se duerman.
Acaso mis dibujos clausuren la temporada de invierno.
Acaso la tinta se reseque entre mis manos.
Podría volver al mudo santuario de los ecos matinales
que alimentaban mis miedos más cercanos.
Acaso tu mirada ya no acoja la orfandad
de mi nariz, de mi barba y de mi oreja,
ni tu mano entera y dulce y asesina
perdone la infantil perfidia de mis versos inventados.
Acaso hayamos olvidado ya los buenos momentos
para perdernos en un bosque extraño
de dudas, desencuentros y arboledas.
Acaso aparcamos el dulce vino de las sonrisas cómplices
para dejarnos embriagar por la pena y lo irascible.
Acaso no pueda más quererte más en la vida,
aunque no me quede más
que quererte un poco más
en esta poca
en esta puta
en esta maldita vida.