viernes, 15 de mayo de 2009

Los surcos que en la piel no existen











Hacía tiempo ya que no me perdía por los vericuetos del Painter, y que me dejaba seducir por eso que llamamos dibujar dentro del propio ordenador.
Hace dos noches rompí con esa dinámica y me arrastré hacia la madrugada colgado de colores y líneas a la espera de que el sueño me venciese (y éste tardó en llegar...).

Me gusta la inmediatez, aunque hay que reconocer que el tacto de un lápiz resulta impagable y difícilmente superable. 
No puedo desprenderme del suave roce del grafito graso contra el gramaje correcto, del delicado desplazamiento, de la curva imposible, del trazo infinito o la presión sugerente.
Dibujar y ver el trazo sobre el soporte es otra cosa, lo sé, pero siempre ha sido mejor sumar y por qué no quedarnos con las dos opciones, si siempre hay tiempo...
Cuando dibujas directamente en el ordenador se mezclan juego e inconsciencia; la rapidez, limpieza, variedad y la alegría del que no piensa (y eso, para uno que no piensa, es mucho).

Más allá del sueño no hay dibujos, o quizá sí, en esa frontera invisible. 
Y todos son dibujos, lo son los del lápiz, lo son los de la computadora, y lo son mucho más en estas noches negras que rezuman verano, calidez y viento.
Busquemos pues, sueño y dibujo, y dejémonos arrastrar por los surcos que en la piel no existen, o vayamos, por qué no, un poquito más allá de todo eso.