Mesas que llevan cojeando desde que abril se escribe con hache, lápices tan pequeños que se pierden en los bolsos femeninos, folios arrugados que nunca se encestan a la primera, camas sin sueño, cielos sin ganas y manos que luchan entre ellas por ver quién tiene la culpa de la frustración que olvidaron ayer.
La goma sabe bien cómo terminar con todo esto.
Y deja su rastro.