lunes, 14 de febrero de 2011

Aisha y el avión, o llamadme Paco



Mopti al amanecer:
un avión por una foto
y me regalaste tu mirada.

Sí. Habíamos llegado a Mopti apenas dos días antes. Se acercaba el final del viaje.
Pero antes de que os hable de Aisha permitidme que os cuente una anécdota:

Recién llegado a Bamako, tres semanas antes.
Paseando por la bulliciosa y caótica capital de Malí, un grupo de niños empezó a perseguirme en la distancia.
Estaban jugando y riendo, aunque pronto empecé a escuchar un grito nítido que me dirigían claramente a mí.
Los niños cantaban: "Paco, Paco" y cuando yo los miraba o me giraba, ellos echaban a correr por todas direcciones, risueños y divertidos.
No le di más importancia, aunque me llamó la atención.

Volvamos de nuevo a Mopti, tres semanas después.
Allí estábamos tras haber viajado por Segou, por Djennè, por el país Dogón y por Tombuctú.

Cosas de África, fuimos a casa de unos primos de Alí, el guía que me acompañaba.
Y allí estaba Aisha, una de las peques de la casa, de unos cuatro años, con unos ojos inmensos, una sonrisa cautivadora y a la que desde un primer momento desperté toda su curiosidad.
Me miraba y se escondía, atenta y expectante.
Yo me dejaba, y hacía el payaso con ella jugando al despistado, al que se tapa la cara y se gira rápido, lo que la asustaba y divertía al mismo tiempo.
Su madre, siempre presente, me miraba y también reía.

Y entonces ocurrió.
Muy despacio, tomándose su tiempo, Aisha se fue acercando y permaneció a tres metros de una prudente distancia.
Y entonces lo dijo.
Me miró, se volvió seria, levantó la mano como si me señalase y me llamó: "Paco".
Mi sorpresa era mayúscula. Otra vez.

Entonces Alí me lo explicó todo.
Resulta que estaba de moda en Malí una telenovela brasileña donde uno de los protagonistas era un fotógrafo barbudo llamado Paco.
Así de simple.
Yo era Paco.

Pero tenía a Aisha a tres metros y no podía dejarla escapar. Quería una foto de ella.
Recordé que dos días antes había comprado a un niño en la calle un avión hecho con partes de una lata de coca cola.
Abrí mi mochila y saqué al mismo tiempo aquel avioncito artesanal y mi cámara de fotos.
Le enseñé el juguete a Aisha, mirando a la madre como pidiéndole permiso para regalárselo.
No puso impedimento, y yo alargué la mano hacia la pequeña.
Ella, ilusionada pero reticente, apenas si avanzó dos pasos hacia mí, lo suficiente para que al alargar también su brazo pudiese alcanzar su objetivo.
Y ya con el avión entre sus manos yo alcé mi cámara ante su mirada, preguntándole sin hablar si podía hacerle una foto.
También miré a la madre y la madre sonrió.

Yo me concentré en el visor y todo lo demás fueron seis únicas fotografías.
Desapareció su sonrisa (¡cómo impone la cámara!) pero su mirada imponente estaba intacta.
Cómo disfruté ese momento.
No hay palabras, no, que puedan contarlo tal y como lo viví.

Y sí, es que en aquel momento, efectivamente, yo era Paco...