domingo, 27 de febrero de 2011

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que 1+1 no son 2 (VIII)



050) Porque Manuela Vergara habitaba en una nave espacial que viajaba rumbo a Andrómeda desde el día en que nació.
Sus padres, los cosmonautas ucranianos Pepe Pérez y Lola Rodríguez contravinieron las normas interplanetarias de aviación y unieron sus cuerpos desnudos, retozando mientras flotaban, como le gustaba imaginar a Girondo.
Manuela no sabía leer ni escribir ni sumar, pues sus padres con muy acertado criterio pensaron que estando a años luz de la programación de Telecinco su única manera de aprender algo útil en la vida sería mirar las estrellas.
Manuela jugaba a contar las estrellas viajando por el hiperespacio, y contraviniendo a aquel imbécil que vio en la osa mayor una sartén espacial, ella, cuando acertó a distinguir un 1+1 en el cielo, se dio cuenta que estaba formado por cuarenta y un estrellas.
Sí. 1+1=41.

051) Porque si tú insistes en decirme u no más u no, pues yo te hago caso y no los sumo.
Pero ya sabes que con la adoración que tengo por ti, hace que me resulte imposible negarte nada en lo más mínimo, y si algún día me dices u sí más u sí, entonces, seguro, será que sí...

052) Porque a una inspiración no podemos sumarle una inspiración.
A una inspiración le sumamos de seguido una espiración, por una cuestión eminentemente física que evite asfixiarnos.
Todo esto es aplicable al vulgo en general menos a los genios, claro, que son los únicos que pueden sumar varias inspiraciones seguidas hasta el punto de crear obras de arte, esas cosas que nos conmueven y nos hacen perder el buen criterio y las formas poligonales de nuestro corazón.

053) Porque si contamos con la mano (usando los dedos, como toda la vida de Dios y Alberto hasta que hiciera su aparición la dichosa calculadora del averno) si contamos con la mano, digo, mientras ésta está cerrada y abrimos el dedo pulgar mientras decimos "¡uno!" y seguidamente abrimos el dedo índice mientras decimos "¡más uno!" lo que vemos, lo que obtenemos es una L, la que forman los dos dedos. 1+1=L.
Esta forma de los dedos también sirve para hacer la típica broma del tamaño del sexo masculino en referencia inversamente proporcional a la altura del individuo, pero esa afirmación, aparte de inexacta, escapa al campo de estudio riguroso de estos escritos.

054) Mírame a los ojos y dime que no sería bonito que 1+1 fuese cada vez una cantidad distinta.
Sí, sería precioso, ¿verdad?
Y ahora yo te digo: ¿y por qué no?
Vivamos la utopía a flor de piel, lejos de dogmatismos y cuadricaturas, decidamos que las cosas sean como nosotros queremos que sean, construyamos un mundo a imagen y semejanza de nuestros sueños más profundos, hagamos del 1+1 esa mecha que irradie y explote los convencionalismos adheridos a la rutina y la penuria, hagamos de nuestra vida una pulsión que nos engulla.
Bueno, y si en algún momento -por pereza, por hambre, por sueño o inconsciencia- sumamos 1+1 y nos sale 2, que nos nos preocupe, que seamos conscientes de que siempre existe un mañana, tan cercano, en el que al hacer lo mismo obtengamos el más hermoso número de la historia de los números: 578.693

055) Porque en un examen tipo test de diez preguntas, donde cada pregunta vale un punto, si sólo contestas bien a dos de ellas, lo que el maligno profesor de inglés escribe en la esquina superior derecha de tu escrito no es un 2 y sí un "Muy deficiente", y con ello lo que obtienes también es la comprensible reprimenda de tus padres y la esperada pero no por ello menos temida prolongación sine die de la compra de tus nuevas botas de fútbol rosas.

056) Porque una vez, estando con mi novia, empezamos a jugar a ver quién quería más al otro.
Era un juego inocuo, divertido, sin más.
Ella me dijo que veinte y yo que treinta.
Luego, inesperadamente y en un requiebro sutil ella subió a quinientos y yo me vi forzado a decir dos mil veintitrés.
Ni corta ni perezosa ella me dijo "te quiero catorce mil doscientos cinco" y yo le dije, porque así lo sentía en lo más profundo de mi alma que "y yo a ti veintiocho mil novecientos once".
No es que no me creyera.
Me creyó.
Pero ella no se dio por vencida tan fácilmente y me dijo sin pestañear "te amo quince millones cuarenta mil dos" y yo tuve que mirarla a los ojos con mi estudiada mirada profunda e interesante antes de decirle "te adoro dos mil billones ciento un mil setecientos doce" y aún hoy creo que me quedé corto.
Ella lloraba ante mis palabras pero pudo chapurrear un "te quiero más que a mi vida, te quiero infinito" y yo, prolongando un silencio emotivo y para nada incómodo le contesté con la cadencia justa, la inflexión exacta "y yo infinito más uno".
Y ahí le vencí.
Ahí terminó el juego, terminó el combate.
Ella lo asumió enseguida.
Todo el mundo sabe que nada hay más allá del infinito más uno.
Nada.
Por eso, en aquel entonces, presa de un amor irracional y auténtico ella únicamente acertó a decir: "Cuelga tú".