lunes, 22 de febrero de 2010

La Cisterna de Yerebatan













Uno nunca sabe y sí, es lo bueno...

El azar, lo inesperado, lo sorprendente y lo incontrolable.
A veces las mejores cosas te vienen y se presentan en forma de regalo imprevisto e inimaginable.

A mí siempre me ha gustado experimentar. 
Saltarme las reglas, jugar al límite con lo establecido. Transgredir.
Que viva pues la heterodoxia.
Es cierto que en el campo de la fotografía, donde la importancia de la técnica es innegable, a veces es difícil, pero muchas veces el resultado -aunque técnicamente mejorable- acaba siendo lo suficientemente interesante, al menos como punto de partida.

Algo de esto me ocurrió en mi último viaje a Estambul.
Después de visitar Santa Sofía bajé a la famosísima Cisterna de Yerebatan.
Asombrado ante la majestuosidad y la serenidad que transmitía el lugar apenas si me percaté que, con el cambio brusco de temperatura, se me había empañado la lente.
Me di cuenta enseguida porque el auto enfoque no funcionaba, pero la imagen que veía a través del visor me resultaba sugerente y fantasmagórica a un tiempo.
Así que simplemente cambié el enfoque a manual y disparé a aquellas formas ambiguas y borrosas que se abrían ante mis ojos.

Este es el resultado.

Luego, claro está, limpié cuidadosamente el objetivo e hice fotografías más clásicas -como la última que os muestro- pero no descarto empañar alguna vez más la lente, esta vez a propósito, para aplicar un desenfoque gaussiano sin necesidad de las dichosas maquinitas...

Y que los fantasmas de Bizancio nos acompañen...