viernes, 2 de octubre de 2009

Los Increíbles (Cine Nacional)




Fue la última película que vi en el Cine Nacional de Melilla. Es un cine en vías de restauración, así que no sé si será la última, aunque espero que no...

Hablaré primero del cine: Como me pasa en Madrid, por desgracia cada vez menos pues menos son las salas, un cine antiguo, un cine inmenso, un cine con anfiteatro, un cine con los techos altísimos y decoración abusiva me resulta enormemente atractivo. 
Una pantalla enorme, que te come y te atrapa, un espacio que aunque quede a oscuras siempre está ahí, acompañándote, influyéndote, metiéndose dentro.
Vale que coincide que no son los de versión original, pero en muchas ocasiones es una pérdida que vale la pena tener, por todas las otras cosas que un cine así, que un espacio así, te ofrece.

No se puede tener todo...


Noviembre de 2004. Como quien no quiere la cosa han pasado ya casi cinco años. Bien rodeado y con muchas ganas de verla. Frío en la calle y quizás algunas gotas de lluvia que acompañan el trayecto hasta la puerta.
Esa sala majestuosa nos da la bienvenida a modo de mágico preámbulo al puro espectáculo.
Las butacas rojas, no demasiado público, algunas cabezas que asoman de las primeras filas y el ruido del crujir de palomitas que precede a la aventura.
Se apagan las luces y comienza lo indescriptible.
Esas sensaciones livianas como un roce que empiezan diminutas pero que se van metiendo dentro de tu cuerpo para llenarte de un calor que no lo da la calefacción moderna.
Sensación única, irrepetible.

La película arranca y el calor dentro de tu cuerpo hace que tu mirada se vuelva la mirada de un niño, y de repente eres tú con once años en el Cine Linamar, abducido del tiempo y perdido no ya en una butaca sino en la inmensidad del vacío.
La triste cotidianidad de unos seres únicos da paso a la aventura, al renacer, a la catarsis. Los colores se disparan, la velocidad de los movimientos de cámara lleva el mismo ritmo que nuestros ojos y nuestro cerebro, donde se mezclan a esa altura los sonidos, los trajes que se expanden, el techo inabarcable del cine, la diseñadora cómica, el apoyabrazos, los niños imprescindibles y el no querer comprender que no estaba a punto de producirse un milagro porque ya había sucedido.
Estaba ahí.
En la pantalla y fuera de ella.

Ni Pixar ni Brad Bird  han fallado hasta ahora. Tampoco el resto de sensaciones. Desde entonces me acompañan y no han dejado de reafirmar lo que entonces explotó en mi interior.
Puro cine.
Pura vida.

P.D. La primera ilustración es de Lou Romano, creativo de Pixar y con un trabajo realmente fantástico, que me descubrió Javier Olivares.
Os dejo con sus respectivos enlaces. Muy recomendables.