sábado, 10 de octubre de 2009

Diálogos con una línea que no existe











Dibujos del instante. 

No son fotos, qué duda cabe, pero sí tienen esa inmediatez del que no piensa mientras aprieta el botón de una cámara, del que no piensa mientras se deja seducir por el ritmo de un trazo, el desplazar de una línea.

No hace falta retocar mucho en este juego del dejarse llevar, y así el trazo se convierte en la plata quemada del momento.
La misma mirada de siempre, las diferentes posturas de los niños, un abrazo en cuatro trazos, el hombre que sale de las alcantarillas, o ese universo que se repite y que se repetirá (que se repite y que se repetirá) hasta el infinito.

De eso están hechos los trazos, y no tanto de sueños. 

Repetir o repasar una línea negra sobre una blanca o al contrario tiene algo de borrar y algo de recrear (de re-crear). 
En el fondo dibujar tiene también bastante de esas dualidades del tipo "lleno-vacío" o "poner-quitar", y así, dibujar y borrar viene a ser casi lo mismo.

A veces basta con una línea, otras veces necesito tres. Y es la línea que no existe la que me dice y me pide.

Cuando ella me dice yo voy.
Allá donde dice me encuentro.
Y para todo lo demás, Marter no se qué.