Empezamos esta semana de aniversario con una debilidad, una de mis etiquetas más queridas: Los pirandellos.
Los pirandellos son esos personajes en busca de una historia, de una autor y de alguien que les quiera. Son esos personajes desubicados, abandonados a su suerte, habitantes de la cotidianidad que nos rodea.
Quizá por ese cariño especial que le tengo a este apartado, no han sido muchas las publicaciones de pirandellos en estos tres años. Veintisiete, sí, que tampoco está mal.
Es imposible decidirse por una (los viajes a la cocina, Escancito, el bombero cartel de no hay murciélagos, la tilde del diptongo) así que elijo la primera, la que de algún modo también lo inició todo.
El 10 de febrero de 2009 escribía esta historia:
EL SIGO DE EXCLAMACIÓN DEL PRINCIPIO
El signo de exclamación del principio está triste.
Lleva años vagabundeando por los teclados de los ordenadores sin que le hagan mucho caso.
Hasta se ha dejado crecer barba en su punto de exclamación, y ya no se ducha con la asiduidad de antaño.
La confabulación global le está haciendo desaparecer, a él, que era el principio de la exclamación, que arrancaba del lector la subida del volumen en la dicción, que prologaba tantos gritos, tanta pasión y tanta fuerza.
Ahora, cosa de los tiempos que no corren sino vuelan, está siendo vilmente olvidado y arrinconado.
Pobre.
Han dejado de utilizarlo los que piensan que basta simplemente con usar el signo de exclamación del final, han dejado de utilizarlo los minimalistas del lenguaje, los ingleses, los torpes.
Sabe que su primo, el signo de interrogación del principio, vive una historia de ignominia parecida, pero...pero es que en esa familia siempre han estado muy acostumbrados a la duda, al no saber, al encogerse de hombros frente a la injusticia, mientras que en la suya no, en su casa siempre se iba con la aseveración por delante, firmes y resueltos en sus convicciones.
Son malos tiempos para él, amigo de la lírica, y aún recuerda con nostalgia cuando las únicas confusiones se producían cuando le decían que se parecía a la i latina.
No puede con toda esta situación.
Hasta considera absurda esa falta de respeto que resulta del hecho de que para que aparezca su hermano, el signo de exclamación del final, sea necesario teclear y sostener primero la mayúscula, mientras que para él baste con apretar un botoncito del teclado.
¡Qué más mayúscula que él, arranque y principio de todo!
El signo de exclamación del principio está triste.
Sabe que la gente sigue, al leer, acentuando árbol aunque no lleve tilde, pero es que para cuando el lector ha llegado hasta donde está el signo de exclamación del final, ya no puede recuperar el brío y la gravedad que la frase merecía.
No lo entiende, no lo acepta, pero no sabe qué hacer.
Hace dos años que nuestro amigo empezó a ir a los bares a beber mojitos. Dicen que escucha lánguidamente las versiones de "Nouvelle Vague" haciendo caso omiso a los amigos que le ruegan que no se curve, que parece una jota...
Nuestro personaje ya no va nunca en taxi. Intenta llamarlos altivo pero los conductores han olvidado la forma imponente de su altiva figura, y pasan de largo.
Cuesta decir esto pero es así: "La última vez que lo vi, estaba al principio".