Un amigo me dijo una vez que el doble de nada es nada, pero para mi que multiplicar por dos la nada requiere un esfuerzo, oye.
Quizá por eso -o no- los días en que no soy ni la mitad de bueno apenas si duran 12 horas.
Y es entonces que, casi sin querer, me convierto en el vizconde demediado de tus noches, partiéndolo todo, en espera de una fugaz promesa.