Fue viajando por Brasil, en un mercado de Sao Paulo.
Siempre ocurre de la misma forma, y lo primero que hago cuando la guía de viajes de un lugar cae en mis manos es buscar los mercados más importantes de cada ciudad, porque para mí se convierten en templos sagrados para fotografiar.
Así que allí estaba yo.
Lo primero que me llamó la atención fue el tumulto.
Yo acababa de llegar y todavía no había sacado la cámara (me gusta pasear por los sitios primero, hacerme visible, y tratar de sentirme y hacerme sentir como uno más del lugar antes de empezar con la toma fotográfica) cuando diez minutos más tarde escuché murmullos, vi focos y gente agolpándose.
Desde lejos pude vislumbrar claramente, por encima de todo el gentío, una cabeza bien visible, con un casco en la cabeza.
Me acerqué más (la cámara todavía bien guardada) y al mezclarme entre el tumulto conseguí hacerme una idea más clara de lo que pasaba.
Había llegado un equipo de rodaje (director, cámaras, focos, sonidistas, eléctricos) al mercado, y estaban grabando a un joven altísimo, que a su vez llevaba una cámara en la cabeza (imagino que para grabar planos subjetivos) y le estaban haciendo ir de puesto en puesto para preguntar que si cuánto vale esto, que si ponme un poco de aquello.
Quizá lo que más me llamó la atención, superando incluso a la altura del joven, fue el despotismo con que lo dirigían la gente que lo rodeaban: gritos, órdenes, regaños que no venían a cuento.
Que si no tenemos todo el día, que si hay que repetir la toma, que si así no vale... Me llegó aparecer especialmente cruel por la mirada de infinita tristeza que desprendía aquel joven, convertido probablemente en juguete de feria y espectáculo a su pesar.
Todo la gente del mercado le echaba fotos, claro, y aquello tampoco contribuía a la humanización del personaje.
- "¿Quién es?" - pregunté a mi vecino de corrillo.
- "Es (no conseguí descifrar el nombre que me dijo), un gigante, el joven menor de 25 años más alto del mundo" - contesto antes de añadir: "Es una estrella y sale mucho en televisión"
No pude evitar -supongo que a cualquiera le hubiese ocurrido- sentir pena por aquel muchacho.
Tampoco sé muy bien por qué, pero me puse a pensar que con bastante probabilidad (le ocurre a las personas con gigantismo) quizá no tendría demasiadas expectativas de una vida larga, y eso ahondó mi pena.
Pero desde luego convertir en un show aquella diferencia (algo tan extendido, tan a mano hoy en día) resultaba, al verlo tan de cerca descorazonador.
Me alejé de aquel tumulto, gracias a que el mercado era grande, y con algo más de tranquilidad saqué la cámara y empecé a registrar detalles del mercado, de su gente, de los colores y los puestos.
En esas estaba cuando vi cómo aquel joven, probablemente harto de lo que le rodeaba y en un descanso del rodaje, se había alejado de su séquito y se acercó donde yo me encontraba.
Y entonces no lo pude evitar.
Le hice una foto.
Su triste caminar, las manos en los bolsillos, el asombro de los viandantes, alguien que camina cerca y ni siquiera se da cuenta. Puede parecer una estampa más humana si no recalamos en ese casco ridículo que aún lleva.
En cualquier caso todavía hoy la miro y pienso si debí o no apretar aquel disparador, aunque en cualquier caso me recuerda, sobre todo, que hay determinadas líneas que no se deben cruzar, que hay determinados circos que no se deben montar.
Y que somos personas, por mucho que el dinero mande.