lunes, 31 de octubre de 2011

La huella de la luz en el humo que rasga y vuela



















Basta con jugar y dejarse llevar.
Hay que mirar, claro (saber mirar, que diría aquel) y notar cómo el tiempo se detiene.

Fotografiar el humo puede hacer que la noche se coma a la tarde y que los reflejos rojos se expandan por la pared que lo acoge.
Puedes pensar en hacer noventa fotos y sin darte cuenta convertirlas en novecientas.

Las formas cambian continuamente, la luz modela las curvas, el chorro blanco se presenta como las hojas de una planta que no existe, viva y polimorfa.
Yo buceo en ese bosque de incienso a través de una ventana tan pequeña, que a veces da hasta miedo.